Salvajes, un documental bizarro sobre lobos y pastores cantábricos

salvajes-01
photo_camera Laura, Pin, Ana Corredera y el director Alex Galán.

El viernes 6 de mayo se estrenó en los Cines Yelmo de Gijón el documental “Salvajes: el cuento del lobo”, del joven Álex Galán. Dos salas repletas acogieron cálidamente al director, que presentó su película con sobriedad y buen rollo. Vamos al asunto.

El cine se compone principalmente de imágenes bellas, guión y butaca, más allá de lo que están haciendo con él las plataformas y el diluvio de productos bobalicones que llueven sobre esta era culturalmente estúpida. En plena dictadura de los algoritmos, el estreno de “Salvajes” contó con público propio y mestizo: campesinos nuevos, treintañeros con pendiente, rapacería varia, bachilleres, obreros de La Calzada y pocas personas de edad, indicando que una nueva generación de espectadores y hacedores de cine está en el ruedo y es posible, con palomitas o no.

salvajes-012
Álex Galán con el pastor Nel Cañedo.

El relato es equilibrado, teniendo en cuenta que la realidad no pesa igual a ambos lados del problema y la justicia no está en la mitad de la romana.

Las imágenes enhebradas son indiscutiblemente hermosas. Su cruda belleza pone a salvo de la cursilería un paisaje sobre el que se ciernen demasiados paracaidistas de fortuna. Aquí no, se ve que el director ha conocido el tiempo de cabaña, ha comido y ha cenado con los socios del relato y ha vuelto del territorio con la mochila nutrida de una excelente fotografía, dirigida por David Rodríguez Muñíz. Maltratados como estamos por el tiempo digital, de instante y látigo, dedicarle la demora que necesitan la borona o el arte, como el mirar con luz, tienen su rédito. Otro, el de su atrevimiento.

Porque tejer una narración sobre el lobo -hoy- con las redes atestadas de cocodrilos, es de valientes. Y “Salvajes” es un relato bizarro del asunto que, sin incurrir en la descalificación, asume el riesgo de mostrar con veracidad a los contendientes: la población autóctona (que vive de la propia tierra), la gente del lobo (totémica) y los perfiles dramáticos e inconfesables, encarnados en la peli por dos enmascarados, uno con pasamontañas y voz siniestra, y el simétrico, bajo un actor que representa a la pléyade de iluminados, aulladores y abraza-árboles, que la ciudad vomita sobre el campo. El relato es equilibrado, teniendo en cuenta que la realidad no pesa igual a ambos lados del problema y la justicia no está en la mitad de la romana.

El documental terminó como empezó, con belleza y sencillez, que son hermanas

salvajes-013
Imagen de la sala momentos antes de la proyección.

En las tragedias griegas el coro era el personaje colectivo que hacía de fondo; aquí lo es el sonido, bizarro también. De la mano de Pedro Acevedo, alcanza su mayor rendimiento cuanto más arriesga: el pueblo nunca se equivoca ni al cantar ni al hablar porque está por encima de las academias. Los nietos y los güelos hablan con propiedad, y toda la banda sonora entra con riesgo en la narración, apoderándose de ella, adelantando a todo dios por la izquierda, mientras los críticos estarán preguntándose aún por el género de lo que han oído. En la sala había pueblo que escuchaba y había grada, que reaccionaba al modo clásico -como en Grecia o en las salas de antes- interviniendo con interjecciones suaves y réplicas. A mi lado, un espectador se mostraba incómodo. Como a mi edad, hablo con todos, a la salida le pregunté. Era funcionario de Hacienda y era de Madrid, porque el Estado sigue centrifugando a policías y fiscales, lanzándolos en paracaídas sobre el territorio indígena. Educadamente, me transmitió que no compartía mi valoración sobre el equilibrio de la película, sesgada (en palabras suyas) hacia el imaginario local. Creo que es el jet-lag del funcionario, cuya conciencia aterriza en el lugar años después del nombramiento. Pero el tiempo o el conocimiento siempre arrojan luz, y es justo reconocerle al director de “Salvajes” que no haya incurrido en la equidistancia, pues a un lado del problema hay gente y hay verdad, mientras que, al otro, hay fantasía o una percepción afectada por el síndrome de Félix (Rodríguez de la Fuente).

El documental terminó como empezó, con belleza y sencillez, que son hermanas. El inicio animado y natural de Laura García Calleja se complementó al término con unas imágenes telescópicas sobre el conjunto: es necesario el alejamiento para ver el paisaje y conocer/reconocer la complejidad del problema. En palabras de su director, la película viene al mundo, al menos, para eso: el reconocimiento mutuo de las partes. Bien tocado, Álex.