Aníbal Sampedro ganó la batalla al COVID-19 tras más de cien días de lucha

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photo_camera Aníbal Sampedro leyendo EL FIELATO.

Anibal venció al Coronavirus

El piloñés Aníbal Sampedro Espina tiene dos cumpleaños. El 12 de abril, fecha en que según su carné de identidad nació en San Martín hace 70 años. Y el 8 de julio, cuando le dieron el alta médica tras 103 batallando contra el coronavirus en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) de Oviedo. La historia de cómo contrajo y superó la enfermedad, que le llevó a estar 83 días sedado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), es la que sigue.

“El aeropuerto era un caos total, atestado de gente y ninguno llevábamos mascarilla. El avión despegó lleno de pasajeros”

Aníbal estuvo al frente de la Carnicería Sampedro de Infiesto durante más de tres décadas y, como cualquier jubilado, decidió disfrutar de una semana de descanso en Málaga en compañía de su mujer, Inés, y una pareja de amigos. Cuando compraron los billetes de avión ya llegaban a España ecos de un virus chino, al que se comparaba con una gripe fuerte pero que, en ese momento, no había causado víctimas en el país ni tenía presencia en la región. El primer caso positivo en Asturias se detectó el 8 de marzo, justo un día antes de que embarcaran. Tras muchas dudas decidieron seguir adelante con el viaje. En  Málaga hicieron turismo y vida “normal” hasta que el sábado, 14 de marzo, se decretó el estado de alarma en todo el país. Su vuelo de regreso estaba fijado para el lunes, 16 de marzo, así que pasaron el domingo confinados en el hotel, en el que también había huéspedes italianos. Fue en estas dos últimas jornadas cuando Sampedro sospecha que pudo contagiarse. “El aeropuerto era un caos total, atestado de gente y ninguno llevábamos mascarilla. El avión despegó lleno de pasajeros”, relata.

No me acuerdo de mucho porque cada vez que despertaba lo pasaba fatal, me ahogaba, y pasé la mayor parte del tiempo sedado. No sabía si era de día o de noche

Al aterrizar en Asturias se dirigió con su pareja a la casa rural que tienen en San Martín, donde comenzó a sentir los primeros síntomas. «Me encontraba algo cansado, pero lo achaqué al viaje. El miércoles cuando me levanté me daba asco comer, no sentía el sabor de los alimentos. Puse el termómetro, vi que tenía fiebre y llamamos al 112», cuenta. La recomendación fue la de permanecer en casa guardando cuarentena y tomar Paracetamol si empeoraba. «Al principio había mucho desconocimiento sobre la enfermedad. Mi mujer hasta dormía conmigo los primeros días en la cama porque tardaron en darnos las recomendaciones sobre cómo actuar. Ella tuvo dos días unas décimas de fiebre, sospecha que también pasó la enfermedad, pero nunca le llegaron a hacer las pruebas para confirmarlo», narra.

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Aníbal sostiene el aparato que le sirve para ejercitar la capacidad pulmonar. 

Aníbal pasó diez días confinado sin que el termómetro bajara de los 38 grados, delirando. El 28 de marzo fue a hacer unas pruebas al hospital de Arriondas, donde le confirmaron una neumonía bilateral y lo derivaron al HUCA. Tras dos días en planta en Oviedo, aislado y enganchado a una mascarilla, los médicos optaron por ingresarlo en la UCI ante la falta de mejoría. Su familia no volvió a verlo hasta un mes más tarde aunque a diario recibían una llamada del HUCA informando sobre la evolución del paciente.

El trato en la UCI fue exquisito, me atendieron las 24 horas como si fuese de su familia. Cuando me fui hicieron pasillo para aplaudirme y me pidieron que volviera algún día a visitarlos. Fue emocionante.

Fueron días de mucha incertidumbre, en los que los médicos no tenían claro si los pulmones de Aníbal aguantarían el envite del puñetero coronavirus. «No me acuerdo de mucho porque cada vez que despertaba lo pasaba fatal, me ahogaba, y pasé la mayor parte del tiempo sedado. No sabía si era de día o de noche porque en la UCI no hay ventanas. Fíjate que me raparon el pelo y ni me enteré», cuenta el piloñés.

Entre la primera y la segunda visita de la familia pasaron tres semanas, en las que Aníbal perdió 15 kilos de peso. «Yo llegué a pensar que no lo contaba. Cuando me vieron ponerme en pie los profesionales no daban crédito»,  asegura. Por eso no encuentra suficientes palabras de agradecimiento para el personal del HUCA, a quienes debe la vida. «El trato en la UCI fue exquisito, me atendieron las 24 horas como si fuese de su familia. Cuando me fui hicieron pasillo para aplaudirme y me pidieron que volviera algún día a visitarlos. Fue emocionante», resalta el convaleciente. «Tenemos un lujo de sanidad pública en Asturias y es justo y necesario poner en valor el esfuerzo que a diario realizan los sanitarios», insiste.

Tras un par de semanas recuperándose en planta el piloñés recibió el alta el 8 de julio, justo un día antes de que la menor de sus dos hijas, Alba, soplara 30 velas. El mejor regalo de cumpleaños fue tener a su padre en casa aunque el camino de la recuperación no está siendo sencillo. Solo a base de tesón, constancia y entrenamiento puede ejecutar de forma autónoma actividades tan simples como llevar una cuchara a la boca o asearse. «Los pulmones quedaron algo tocados y enseguida canso», resume. Mientras  realiza ejercicios con aparatos de respiración y de movilidad en su hogar para poner a tono la musculatura lanza un mensaje de advertencia a sus vecinos: «Que no bajen la guardia y sigan todas las recomendaciones sanitarias porque el virus sigue ahí, dispuesto a hacer de las suyas».