Un viaje a la profundidad de Ponga

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photo_camera Los Beyos de Ponga.

La editorial asturiana KRK asume la segunda edición de la novela-ensayo sobre el paisaje de Llué

Herminio el de Casielles conoció en persona a Martín Llamazales Tomás (1865-1929), a quien la tradición nombra como “Martinón el de Llué”. Herminio falleció con 102 años en marzo de 2018, pero las valiosas conversaciones con él, nos permitieron asomarnos al mundo que conforma esta novela, escrita a dos manos durante muchas tardes de 2002.

Pero el episodio principal por el que Martín Llamazales pasa a la memoria colectiva es el traslado a hombros de su mujer, fallecida por una neumonía, desde Llué hasta el camposanto de Tolivia

Los mil ejemplares de aquella edición se agotaron en seis meses y, desde entonces, han sido muchas las personas que nos animaron a reeditar la novela, que ahora asume KRK. El libro ha tenido muchos lectores entre los propios vecinos, y ha sido bien acogido por los montañeros y senderistas cantábricos, pues la Ponga profunda en la que se dibujan las vidas de sus protagonistas, completamente despoblada hoy, constituye un universo especial para los caminadores.

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Caseros en Llué, hacia 1920.

A Martín el de Llué, no muy alto en el parecer de Herminio, se le atribuyen varias acciones asociadas a su fortaleza. Enfrentamientos con el oso, retos físicos, pasos y pesos…y un comportamiento que podríamos definir como heroico si no lo fuera también, en aquella época y lugar, criar hijos, alimentarlos y sobrevivir a los inviernos, como hacían tantas familias de Los Beyos, la tierra a la que pertenece la casería de Llué.

Pero el episodio principal por el que Martín Llamazales pasa a la memoria colectiva es el traslado a hombros de su mujer, fallecida por una neumonía, desde Llué hasta el camposanto de Tolivia, a varias horas de la casería en circunstancias de nieve, y con riesgo de vida en tiempo de cruda invernera, como la de 1892.

Hoy Llué atesora en su arca perdida varias ensoñaciones. Una de ellas fue contemporánea de Martín, pues alguna empresa discurrió trazar por la cueca imposible del Canalita y del Mojizo una carretera.

Y aunque en aquella época todos los días del año tenían su aquel en asuntos de supervivencia, la cubeta de Llué era un paraíso. La cota no era mucha (unos 700 metros de altitud), y las siete u ocho hectáreas completamente llanas en medio de las cortadas, suponían una oportunidad para la vida campesina. El río Canalita, que bordea suavemente el lugar, aportaba riego a las llanas de la casa, bien plantadas de maíz como recogen las imágenes históricas. La caza abundante, las nueces de los impresionantes nogales del sitio, que aún abastan a los animales que lo transitan, como las avellanas, castañas y demás frutos de la naturaleza feraz de la vallina, hacían de Llué una “tierra prometida” para los caseros con el único tributo del aislamiento: por el lugar no pasa otro camino que el de sus moradores.

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La portada del libro y los autores, Gonzalo Barrena y Gerardo López.

Hoy Llué atesora en su arca perdida varias ensoñaciones. Una de ellas fue contemporánea de Martín, pues alguna empresa discurrió trazar por la cueca imposible del Canalita y del Mojizo una carretera. Su objetivo era el de evacuar hacia Los Beyos toda la madera de Peloño. Aunque la idea llegó a ver la luz en los boletines de la época, el proyecto nunca se sustanció, y la casería prosiguió sujeta a los ciclos estacionales y “comuñas” (cría de ganado a medias) entre el casero y la propiedad. Llué pertenecía a una familia de Beleño, con Antonín el de El Casar como penúltimo de sus titulares, pues la propiedad pasó de sus descendientes al gobierno asturiano.

Paradójicamente “protegido” hoy por la legislación ambiental, el lugar de Llué se esfuma como un tesoro andino en medio de las silvas, sin ganado que lo sostenga y con media hectárea apenas de pastura.

Con la narración y “viaje” al mundo de Martín Llamazales pretendimos, al menos, contener el olvido.