Se nos fue un cangués de pro

Don Ramón

Don Ramón fue el maestro de un sinfín de generaciones de cangueses

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Cuando el miércoles me enteré que se había muertu Don Ramón mi vinieron a la cabeza aquellos años de escuela, en el Vázquez de Mella, con él sentáu en la mesa contándonos alguna de aquelles histories con les que trufaba les clases de Lengua, como la del famosu maletín que-y rompió les gafes en el transcurso de aquel viaje en tren, propiu de una película de espías. Y la memoria me llevó más atrás aún, hasta aquellos años de críos en La Plaza, los primeros de la democracia cuando aún se dejaban les llaves en la pesllera porque en Cangues nos conocíamos todos. Don Ramón y Emilina; y sus hijos Ramón, Juan, Milio y Blanca fueron vecinos míos de pared con pared durante años y amigos desde entonces.
 

Yo a Ramón A. Prada Vicente lu conocí primero desde la óptica del alumno y después disfruté, como creo que todos los cangueses, de su infinidad de facetas, porque si algo era Don Ramón, es sin duda una de les persones más polifacétiques que jamás conocí. Y tou, sin darse ni pizca de pisto.
 

Don Ramón fue el maestro de un sinfín de generaciones de cangueses, primero pasó por la escuela de Villanueva, y creo que siempre conservó les maneres del maestro de pueblu, el del tratu cercanu y familiar, a pesar del cambiu de los tiempos y de les sucesives reformes educatives que llevamos desde los años ochenta hasta hoy.

Don Ramón nos dio Lengua, Dibujo y Pretecnología, ésto últimu con vehemencia porque Prada siempre fue un apasionáu de lo últimu que llegaba de Japón o Taiwan, tecnología y aparatos de mucha más calidad que la que hoy nos llega de China. Aquellos Casio que nos dejaban con la boca abierta; los primeros “ordenadores”..., hasta fuimos de les primeres generaciones que llevamos a casa les notes impreses “a ordenador”.
Enseñaba con la misma pasión cómo analizar una oración subordinada, que cómo enrollar el alambre de cobre pa hacer un motor. La misma pasión con la que contaba histories de lo más entretenides, muchu más aún cuando sabíamos que la clase se iba a reducir a la mitad del tiempu cuando cogía carrerilla. Así era Prada, siempre caminado atropelláu y echando parriba los pantalones de cintura alta.

 

Yo, y como yo muchos, fuimos por primera vez a Madrid de la mano de Don Ramón, porque durante años se encargó del Viaje de Estudios, y digo bien lo de Viaje de Estudios, que no Viaje de fin de Curso, porque no creo que en cinco días haya nadie capaz de condensar una agenda cultural tan tremenda como la que suponían aquellos Viajes de Octavo del C.P. Vázquez de Mella, ni siquiera les excursiones que organizan los Hogares de los Jubilaos se acercan a la agenda de visites culturales que nos marcamos en aquellos cinco días, aquel añu se amplió un día más pa visitar Toledo. Antes de llegar a Madrid, el primer día, ya habíamos vistu los Toros de Guisando, el castillo de la Mota (o de Coca, ahora no me acuerdo), sólu un aperitivo de lo que teníamos por delante aquellos días: Museo del Prado, Museo del Ejército, Museo de Ciencias Naturales, Guernica, Escorial, Valle de los Caídos (no está de mas conocelu), Alcázar de Toledo, visita al cuadro del Caballero de la Mano en el Pecho, el Zoo, el Parque de Atracciones, el rastro, el Km 0 de la Puerta del Sol, McDonald’s (era en 1984 ya se pueden imaginar les fartures de hamburgues y helaos)... y hasta fuimos a Barajas a ver un Boing de Iberia: entramos por la puerta de atrás y salimos por la de alante. Y allí iban Prada y Emilina (su esposa) pastoreando a aquellos cincuenta rapaces encantaos de la vida, así, añu tras añu porque el Viaje de Estudios se repitió generación tras generación.
 

Con EL FIELATO, un medio al que me consta le tenía cariño, siempre colaboró desinteresadamente, como lo hacía allá donde lu llamaban.
Así era Prada, entrañable, y así lu recordaré siempre.

 

Gracies Don Ramón.

Javier Peruyera