ISOLINA CUELI

Doce samaritanas y 300 murciélagos

Lo que no sabían estas monjas es que la Divina Providencia les tenía preparada una sorpresa en forma de murciélagos

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En los años ochenta, Cubera, Asociación de Amigos del Paisaje de Villaviciosa, lanzó la campaña Salvar Valdediós y tuvo éxito. Consiguió que el Gobierno del Principado invirtiera cientos de millones de pesetas en restaurar las ruinas del monasterio, a la vez que creó una escuela-taller de cantería de la que salieron muchos jóvenes con un oficio.

Ocuparon el convento monjes cistercienses, que se fueron a principios de este siglo. Años después llegó la comunidad de San Juan, que abandonó en 2012.

El arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, lanzó hace cuatro años otra campaña para repoblar Valdediós. Invitó a una docena de monasterios a instalarse en el cenobio benedictino de Villaviciosa, y recibió otras tantas respuestas negativas, hasta que hace seis meses aceptaron su oferta las carmelitas samaritanas de Valladolid. Se trata de dotar de alma los muros de Valdediós y en poco tiempo llegaron a un acuerdo que se materializó la semana pasada con la presencia en el complejo monacal. Son una joven comunidad de 32 hermanas -en Valdediós se quedarán 12-, escisión de las carmelitas descalzas, aunque ellas prefieren hablar de refundación.

Lo que no sabían estas monjas es que la Divina Providencia les tenía preparada una sorpresa en forma de murciélagos. Nada más poner los pies en Valdediós se enteraron que el monasterio no estaba vacío, lo habita desde hace años una nutrida comunidad de 300 murciélagos, que tienen hasta un biólogo para su mantenimiento.

No hubo gritos ni aspavientos, las monjas, haciendo honor a su sobrenombre, harán de buenas samaritanas, como en la parábola, Lucas (10, 25-37), y serán misericordes con los quirópteros. Eso sí, prefieren que no se interpongan en su camino.

El nicho de murciélagos se encuentra en el claustro abierto y, de momento, no han invadido las dependencias privadas del convento, gracias a todo un trabajo de artesanía, a base de trampillas para evitar que se cuelen por los huecos de las techumbres.

Cuando me contaron esta historia el día de la presentación en Valdediós sugerí que llevasen a una cueva la colonia de mamíferos voladores, pero por lo visto es imposible. Hay tres especies protegidas, perfectamente identificadas, incluso anilladas, y no se les puede alterar, tanto es así, que a mí puede caerme una bronca por desvelarles a ustedes este secreto. Así que, ¡por favor!, los curiosos, absténganse de molestar a las monjas a causa de los murciélagos.

No quiero ser aguafiestas, pero a las carmelitas samaritanas no les auguro mucho tiempo en Valdediós, no sólo por los murciélagos. Lo que pasa es que yo soy de pueblo, de una vega, y sé que el medio rural es muy duro, aunque sea en clausura. Hay que nacer y algunas de estas hermanas descalzas pisaron el campo por primera vez el otro día en Valdediós. Y conste que me gustaría equivocarme y que estas mujeres les den una lección de resistencia a todos los hombres que lo habitaron recientemente. Me encanta que el cenobio esté abierto. Con el císter solía ir a Vísperas y con el Carmelo intentaré escuchar su misa cantada los domingos, que según el piropo que les dedicó el arzobispo, “¡si están bien de perfil, de canto ya ni les digo! 

Otro obstáculo que deben salvar para su apostolado exterior desde facebook; youtube; instagrán o twitter, en los que son muy activas, es que en el monasterio hay poca cobertura de internet, y ni siquiera en todas las dependencias.

Eligió Valdediós para vivir mi admirado Joaquín Rubio Camín (1929-2007), un místico del arte, fiel al lugar. Cerca está mi maestra de cerámica, Charo Cimas, artesana con los pies en la tierra.

Espero que las carmelitas samaritanas, que aún no les asignaron capellán, disfruten muchos años del regalo que les hacemos todos los asturianos a través de la Iglesia diocesana, propietaria del edificio, y que, imagino, nunca las desahuciará, como les pasó en Valladolid.

También espero que el arzobispo haya visto los matorrales en la espiga del campanario románico de Santa María, horribles de cualquier manera que los mires: de perfil, de canto o de frente.

 

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