JOSÉ LUIS DÍAZ

El 45 de Gran Vía

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En 1966 unas bombas caen en Palomares y alguien se baña en la playa anticipando que la calle sería suya. España cantaba que no tenía edad de Gigliola Chinqueti y que todos éramos “aquel” en la Eurovisión de Raphael y se bailaba “Juanita Banana”. Sale el primer 850 y la Kelly, Grace, se viste de traje de luces. Los hippies pregonan el amor y la paz y por el contrario ese año el Premio Nobel de la Paz queda desierto. En Ribadesella El River y la Cultural son los espacios de ocio de los jóvenes, nacen los Búhos y se da la salida al primer Descenso del Malecón.
Pero en junio de 1966 en el 45 de Gran Vía, Ramón Berbes Suárez “Monchu” y Ángeles Buenaga Patiño, abren El París. Hoy cincuenta años después cierra.
Cuando yo conocí este mítico lugar, era el bar de encuentro los miércoles de mercado de la gente de la aldea; era la notaría de los tratos hechos a mano por tratantes y paisanos que no precisaban demasiadas escrituras ni firmas para asegurar un negocio. Cuando yo conocí el París, los dueños eran amigos de los clientes y la clientela era la familia con la que te podías encontrar en cada momento, como cuando andas por casa en zapatillas. Cuando yo conocí el París, las redes sociales consistían en contar lo que ocurría a cada cual como terapia.
El 1981, el 45 de Gran Vía cambia, gira. Los tiempos empiezan a ser distintos, y tras la muerte del inolvidable “Monchu”, sus hijos: Monchín, Marina, Fernanda y “Pirri”, como visionarios de lo que se venía encima, ponen al París en otra dirección, en otro rumbo. La movida riosellana Decía un clásico que infinita es la velocidad del tiempo, sobre todo cuando miramos atrás. Es así que “para los infelices mortales los días que antes se van, por ser tan rápidos, son los mejores.” Feliz año.

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