FRAN ROZADA

Primeras Comuniones

Suele ser mayo el mes tradicional para la celebración de las primeras comuniones. Socialmente el ritual cristiano de la Primera Comunión tuvo siempre en  Asturias un carácter que ha ido perdiendo con el tiempo; el celebrar un abundante desayuno comunitario en el que el chocolate era indispensable, era siempre el acto social que seguía a la temprana celebración religiosa.
Durante años, los niños y niñas habían asistido al dominical catecismo parroquial, previo a esa celebración que tenía lugar en torno a los siete años. Vestidos con los más elegantes trajes que jamás hubiesen llevado en su corta vida, entraban en uno de los típicos ritos de paso que ponía punto final a la infancia. La gran comida de mediodía solía ser en el domicilio familiar, al cual se invitaba a prácticamente toda la familia y, en muchos casos, a amigos y vecinos.
Hoy, las comuniones suelen ser a mediodía, los comulgantes tienen unos nueve años y reciben regalos que -en algunos casos- sobrepasan lo que sería normal para un chico o chica de su edad, y las comidas acaban siendo banquetes que se celebran en lugares de restauración, pareciendo más una boda que una celebración para niños. Es curioso que -en buena parte de Europa- el rito más importante que tiene lugar en los países cristianos sea el de la Confirmación, una celebración que sería el rito de paso de la adolescencia a la edad adulta. De hecho, en los países nórdicos, la Confirmación es el rito más importante tras el Bautismo y, los adolescentes que recibieron una formación especial hasta llegar ese día, visten sus mejores galas y celebran comidas especiales como aquí se hace en las comuniones de los niños.
Por supuesto que los niños y niñas son los protagonistas en ese día tan señalado de su Primera Comunión y las iglesias se llenan, no se sabe muy bien si de devotos o de asistentes a un profano desfile de modelos. Ciertamente, las incoherencias son más que evidentes y no son pocos los que hace años que no entraban en un templo, y pasarán bastantes más hasta que vuelvan a hacerlo. Incluso, algunos primeros comulgantes ya no volverán a cruzar sus puertas en mucho tiempo, ni tan siquiera el domingo siguiente.
 ¿Debería la Iglesia aumentar los filtros para impedir que esta fecha -tan llena de frivolidades- desanimase a aquellos poco convencidos de lo que realmente significa? Filtros como el aumento del recorrido catequético previo, por ejemplo. Carísimos vestidos, banquetes por todo lo alto, una lista de regalos que asusta, y en algunos casos hasta hay familias que piden un crédito para pagar la ceremonia. En algunos colegios privados todos los alumnos hacen juntos ya su Primera Comunión con el uniforme del mismo, y hasta celebran un ágape conjunto; todo un ejemplo. El uso puntual de los sacramentos -como en este caso y en el del Matrimonio- única y exclusivamente a modo de plataformas de brillo social, es mucho más común de lo que se piensa; basta observar el entorno. Durante cinco siglos (XII al XVII) la Primera Comunión era un acto sin relevancia social y -sólo tras la Contrarreforma y, especialmente, en España- esta ceremonia comenzó a tomar gran protagonismo social y eclesiástico.
No puede ser que se organice una celebración de este tipo “para que mi hijo o mi hija no sean menos que los demás”, como se puede oír algunas veces a los desaprensivos de turno.
El pretexto religioso de esta mini feria de vanidades en versión infantil, da qué pensar y ni la Conferencia Episcopal ha sido capaz de ponerle freno. Quedémonos apoyando, pues, a aquellas familias creyentes, consecuentes con sus ideas, que preparan a sus hijos para que este señalado día tenga un contenido esencialmente religioso. Respaldemos, también, a aquellos otros padres que –consecuentes con otras ideas- no “empujan” a sus hijos a celebrar un rito en el que no creen, al igual que un día otros decidieron no bautizar a su hijo o hija. El mérito y la honradez personal radican en mantener, perseverar, ser fieles y leales a unas ideas, cualquiera que éstas sean.

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