FRAN ROZADA

Reseñas de Covadonga (y V)

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Varias veces la desgracia se cernió sobre el santuario a lo largo de su historia, la más grave la del incendio del 17 de octubre de 1777, el cual devoró cuanto contenía el templo que albergaba la Santa Cueva, incluida la antigua imagen que se veneraba bajo la advocación de María Santísima de las Batallas.
El 20 de septiembre de 1868 un enorme peñasco desprendido de la montaña -desde 60 metros de altura- aplastó la parte principal de la iglesia, en la Real Colegiata de San Fernando (el edificio que se encuentra inmediato a la cueva). Pocos días después, el Estado envió 5.000 pesetas para iniciar las reparaciones. La revolución iniciada en Cádiz ese año dejó a Covadonga bajo años de olvido y abandono. Según el escritor y periodista Constantino Cabal (1877-1967), varios obreros descendieron mediante cuerdas para examinar el monte y observaron resquebrajaduras en algunas de las rocas, temiendo que se pudiese repetir el argayo. En agosto de 1944 otro derrumbe de varias toneladas cayó a la entrada del túnel. Es curioso que -hace casi siglo y medio- en el periódico El Faro Asturiano se publicase un larguísimo artículo achacando el derrumbe a la falta de arbolado que había no sólo en la montaña, sino en todo el Real Sitio. Llega a preguntarse José Ramón Alonso Villarmil en ese periódico, el 30 de enero de 1868 “¿Cuándo y quién esperaría que en la inmortal Covadonga no encontrasen sitio donde refugiarse de los rayos solares los peregrinos que de largas distancias vienen cansados y fatigados del camino, además de no encontrar albergue para descansar y poder pasar la noche, si no regresan de nuevo a Cangas de Onís?”. Ya a Felipe II le causaba pesar la falta de arbolado en España, pero que en Covadonga ocurriese lo mismo parece casi increíble.

Torre de la Colegiata actualmente.

Tres cementerios tuvo Covadonga, el primero al pie de la colegiata, en una terraza lateral, próximo a la escalinata que sube a la Cueva; después se trasladó al collado situado frente al Hotel Favila (después seminario y hoy escolanía y museo), allí donde siempre se lanzaron las “salvas pedreras” los días solemnes, cerca de donde hoy se encuentra la que llamamos “campanona”. Desde 1950, aproximadamente, el cementerio se halla al costado de la antigua carretera a los Lagos,  no lejos del estanque bajo la Cueva.

Y ya que mencionamos la enorme campana que llegó a Covadonga en los primeros años sesenta del siglo pasado, hagamos breve referencia a su historial. Fundida en Duro Felguera, pesa 4.000 kilos y mide tres metros de altura. Fue presentada en la Exposición Universal de París de 1900 y obtuvo el primer premio en su categoría y medalla de honor. El Conde Sizzo-Noris -al frente de esta gran metalúrgica asturiana- quiso llamar la atención en dicha exposición y buscó un artista experto que llevase el proyecto a buen término. El designado fue el italiano Francisco Saverio Sortini, uno de los mejores escultores de la primera mitad del siglo XX. Dinero para pagar su trabajo no faltó, pues entre el conde y el que puso Luis González Herrero, la empresa llegó a buen término y la enorme campana fue decorada con relieves del Juicio Final, tomados de la Divina Comedia de Dante, medallones con efigies de papas, escenas de las cruzadas y de los Santos Lugares, varios misterios del rosario, altorrelieves de imágenes, etc.  Era el París que visitaron 50 millones de personas y que también celebró a la vez los Juegos de la II Olimpiada. En el edificio o pabellón que representó a España se expuso la campana, entre otras muchas muestras y reproducciones. En otro tiempo a la “campanona” se la hacía sonar para el rezo del ángelus y en momentos solemnes del primer santuario asturiano; pero desde hace ya no pocos años se insinúan razones de diversa índole para intentar justificar su silencio y total abandono. Esperemos que sus presuntos “achaques” y mudez no sean para siempre.
Concluyamos hoy con dos pinceladas más. Una es que, a mediados del siglo XVII, fue construido el primer mesón del santuario por don Antonio de Estrada Manrique y -a su muerte, en 1664- lo cedió al Cabildo del Real Sitio, junto con “siete celemines de pan perpetuos en Teleña”. La otra es que el túnel a la Cueva fue abierto en 1908 por iniciativa de don Segismundo Moret, en contra del parecer de algunos expertos -como don Alejandro Pidal- los cuales temían  que fuese dañado el monte Auseva. Se habilitaron puertas en su interior para evitar las supuestas corrientes de aire y, debido a su oscuridad, se efectuó el rompimiento donde más tarde se instaló el calvario que conocemos.

La Campanona de Covadonga.

Es ésta la última de las cinco reseñas sobre Covadonga previstas para esta temporada; pero si Covadonga es especialmente de todos los asturianos, no olvidaremos que está ubicada en el concejo de Cangas de Onís y -cuando de defender sus legítimos derechos se trata-, el coraje de los cangueses se pone de manifiesto. Así lo demostraremos en el epílogo que cierre esta serie la próxima semana.

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