Campo Viejo, un cangués que se siente de Parres

 

 

 

Alcalde de Parres, Concejales,Vecinos:

No podría comenzar este pequeño discurso, con el que espero no aburriros, de un modo distinto al que lo haré: dándoos las gracias. Quiero agradecer a quien corresponda el honor de esta consideración, ser distinguido como hijo adoptivo de una tierra tan maravillosa, viva y acogedora como Parres. Me acabáis de otorgar un título pero, sobre todo, me habéis proporcionado un inmenso placer intangible: habéis conseguido hacerme sentir como el hombre más feliz del mundo. Así de rotundo y de franco quiero ser con todos vosotros. Os confieso, también con total sinceridad, lo difícil que es encontrar palabras para expresaros el agradecimiento que siento; ni si quiera sé si acaso existen vocablos en el diccionario capaces de describir la emoción que me produce verme reconocido como un parragués más, como un parragués insigne, reconocido por vosotros. Os confieso que desde hace años me siento como uno más de los vuestros. Sois gente acogedora, gente buena, gente que no se da en todos los sitios porque, si así fuera, estoy seguro de que el mundo sería un lugar mucho mejor. En Parres sois, somos, únicos, quizás por el viento que corta el Sueve, por la influencia del Sella, por nuestro trato cercano…o simplemente porque sí.

GRACIAS

Hace más de dos décadas que aterricé en Arriondas. Venía de la mili, adonde llegué por mi despistada cabeza, que olvidó solicitar un aplazamiento por los estudios, o acaso por el destino, puesto que fue entre trajes militares e inmensas cacerolas y sacos de lentejas en donde mi vida quedó unida para siempre a la cocina, por la que jamás había mostrado el más mínimo interés, más allá del de disfrutar en la mesa de los muchos platos que en ella se gestaban y que colmaban, sin más, mi apetito, joven y voraz.

Llegué a la mili y me dijeron, como una anécdota sin más importancia, que quienes allí mejor vivían eran los cocineros: ganaban 10.000 pesetas y comían lo que querían. Yo hice uso de mi picardía y me autoproclamé cocinero. Comencé pelando patatas. Entre verdaderos cocineros, cocineros profesionales, empecé a percibir detalles que me sorprendían y, no voy a negarlo, hacían nacer en mí una tímida sensación de orgullo. Las lentejas que yo cocinaba tenían algo especial, parecía que gustaban un poco más, que tenían algo. ¿Tendría yo mano para la cocina?

Acabaron los meses de disciplina y fusiles, a los que afortunadamente nuca tuve que acercarme demasiado, lo mío eran las legumbres y las perolas, y cayó en mis manos un ejemplar de El Fielato muchas gracias BORJA en el que leí una oferta de empleo: se buscaba cocinero en Parres para trabajar en El Español. De esto hace muchos años. No había Yolanda, mi gran timonel, no había Carlota, y apenas habían comenzado las Olimpiadas de Barcelona.

Yo llegué a Arriondas, como ya os he comentado, algún verano antes de nacer El corral del Indianu. Vine cruzando el río como canta tan tan go, a trabajar empleado en la cocina del Café Español, y fue unos años después  que ya se decidió El Corral del Indianu, cuando definitivamente me instalé aquí, en la otra orilla de Sella.

Os aseguro que el viaje, aunque corto, resultó bien interesante, porque en esta orilla encontré todo lo que tengo.

Mi destino quedó unido para siempre a Arriondas, a Parres, a los fogones. La vida, según te enseñan los años, escribe a veces tu historia sin que apenas te des cuenta y de repente eres algo que jamás te planteaste o imaginaste. A mí me sucedió algo así y no miento si digo que no podía haber pensado una mejor novela para mí.

Hace 18 años se abrieron las puertas de El Corral del Indianu en la Avenida de Europa de Arriondas, la tarde del 29 de junio de 1996.  Éramos unos locos. Abrir un proyecto así era de locos. ¡No teníamos barra! Y los platos…menudos nombres. A lo largo de todo este tiempo, todos los que subimos en aquel barco y yo,- un poco como capitán-, hemos peleado por mantener intacta la misma filosofía y la misma identidad con las que abrimos aquel día. Ha llovido mucho desde entonces, dieciocho veranos, de claroscuros y nubarrones tremendos, pero también casi siempre y con creces compensados. Hoy más que nunca.

Recuerdo aquel jueves del año 2000, nuestro día de descanso, cuando abrí al restaurante para disfrutar en él de un café en soledad. Encendí el contestador automático, de aquella no había móviles, y escuché una voz femenina con pronunciado acento catalán. “Soy Carme Ruscalleda, te felicito por la estrella Michelín que acabas de conseguir”. Llamé a mi madre y me contó alborozada y emocionada lo mismo. Acababa de llamar Juan Antonio Duyos, a quien tanto queremos, para trasladarnos una sentida enhorabuena. 

Me alegré, como no, pero la sensación más profunda era que aquello había que defenderlo con uñas y dientes, que no podía escaparse de Arriondas y también que podría cambiarnos la vida. Quince años después nos mantenemos en la guía, más consolidados y para mi gusto mejor que nunca. Tenemos que ampliar el firmamento de Arriondas, que luce como en ningún lugar de España, y aún así sería un sueño conseguir un resplandor aún más grande. Nunca nos han obsesionado las distinciones ni los premios, tenemos esa suerte, porque siempre hemos cocinado con la libertad de no sentir la presión del crítico, de no buscar nada más que la felicidad de cualquier comensal en la mesa.

El Corral del Indianu es  historia de muchas historias y de mucha gente, de infinitas aportaciones de cuantos pasaron por su cocina y su sala, dónde todos y cada uno de ellos dejaron algo de lo suyo. Trabajadores, empleados, estudiantes, proveedores y clientes, imprescindibles todos ellos y responsables en su medida de lo que hoy es mi casa. No puedo ni quiero nombrar a nadie en particular, os aburriría y correría el riesgo de pasar por alto algún nombre fundamental, pero me gustaría que todos supieran que recuerdo sin titubeos a quienes me acompañaron en este viaje, a los que están, dónde quiera que estén, y a los que ya no están aquí, que viven en mi recuerdo, en donde me permito guardar un espacio especial para la memoria de mi padre.

A TODOS ELLOS GRACIAS

Os confieso que a lo largo de estos años he tenido no infinidad, pero sí bastantes oportunidades de emprender nuevos negocios, de hacer las maletas y empezar en otros lugares de Asturias, de España e incluso del extranjero. Siempre las rechacé sin pensarlo mucho. El Corral del Indianu no es un negocio hecho de números, es nuestra casa y no se nos ocurre un lugar mejor que Parres para ello. Con nuestro río. Si un día Jose Antonio Campoviejo no aparece, probablemente le encontraréis en la orilla del río, disfrutando de la naturaleza en su expresión más plena; con su Sueve, con sus pequeñas aldeas; con mis partidas de ping pong, soy invencible, os reto en nuestro polideportivo; y sobre todo con su gente. No olvidaré nunca, jamás, cómo nos tratáis y, sobre todo, cómo tratáis a Carlota, nuestra hija, parraguesa hasta la médula. Ni un solo día ha estado sola y siempre sobran voluntades para echarnos una mano cuando El Corral del Indianu nos ahoga. Carlota, a la que todos conocéis, es un soplo de aire fresco, nuestra inspiración y nuestra vida y es la niña más feliz del mundo entre vosotros. A buen seguro hoy se siente mucho más afortunada sabiendo que su padre es oficialmente un hijo más del concejo. Verdad, ¿Carlota?

Debo decir, no obstante, que antes incluso de que yo pudiera imaginar llegar a ser hijo adoptivo de Parres ya lo era y como tal me sentía. No es extraño mi sentir, he querido siempre ser tan parragués como todo lo mío. Cuando me entrevistan para algún medio,en otros pueblos y en otros países, se me llena la boca al nombrar Arriondas, no hablo de mi pueblo natal, -desde luego, pero si estoy hablando del lugar dónde se ubica  mi restaurante y del pueblo dónde nació y crece mi hija. Por eso digo siempre que todo cuanto yo soñé en la vida es de aquí, da Arriondas.

Y así entre sueños por un lado y recuerdos por otro va pasando la vida, como siempre, y tan serenamente, en el fondo, que ya no me planteo moverme.  La práctica totalidad de mis necesidades están aquí cubiertas. Y para el ejercicio de mi profesión encontré aquí el lugar idóneo. La gastronomía de los pueblos viene siempre determinada por numerosos factores, geográficos, económicos, sociales, etc. , pero existen lugares en que el factor dominante es tan grande, que resultaría imposible no ser un referente. La concurrencia en poco espacio del mar cantábrico, los ríos, los montes, los pastos ..etc. otorgan a este concejo y por ende a mi cocina, todas las posibilidades. Vivimos rodeados, y no se si lo sabemos- de una despensa gigante, repleta de materias primas y otros productos frescos,  de máxima calidad. 

Creo sinceramente que en un entorno como el nuestro es casi imposible no hacer buena cocina.

La proliferación en los últimos tiempos de pequeñas producciones ecológicas por el concejo, también repercute positivamente en mi cocina, así como ganaderías también ecológicas al lado de nosotros y a merced de las cocinas más exquisitas. 

Y todo ello conforma los principios de mi filosofía, del trabajo bien hecho y bien pagado. Que unos y otros nos ayudemos y consumamos de lo nuestro, dar prioridad absoluta a  los productos locales, porque aquí tenemos de todo. Y porque la ayuda que procuremos a nuestros vecinos consumiendo de lo que produzcan, será nuestra propia ayuda. 

Hace muy poco tiempo, en una entrevista, me hicieron una de esas preguntas que tanto les gusta a los periodistas; preguntas grandilocuentes para las que apenas tienes un respiro para contestar y que requerirían una profunda reflexión. ¿Qué es lo más importante que has aprendiendo a lo largo de estos años? 

No recuerdo qué contesté pero sí sé, ahora, lo que debería haber respondido. Lo he pensado mucho y creo que lo tengo claro: la importancia de la sencillez, de ser humano y sencillo, para sentirte mejor contigo mismo y también para ser recibido por el demás de la mejor de las maneras. Hay cosas que solo te proporciona la edad; con 25 años te crees el rey del balón con una estrella Michelín, con la mía descubres que la felicidad no se esconde en grandes galardones, sino en llegar a todo el mundo, en el trato diario y en el día a día. Esto lo he aprendido en la cocina pero sobre todo con vosotros. 

Felicidad es descubrir que te has dejado la puerta de tu negocio abierta y respirar bien profundo al saber que un vecino ha hecho guardia al frente para que nada malo ocurriera; es veros acompañar a los turistas hasta mi puerta; es que celebréis con tanto énfasis un nuevo sol en nuestra fachada; vuestras caras emocionadas por nuestras victorias.

No me merezco esta distinción. No sé aún qué he hecho para merecerla; a mí no me cuesta daros de comer, no me supone ningún esfuerzo, os lo digo de corazón. Es fascinante sentirse tan querido y tan apoyado por un pueblo; sois maravillosos y por eso los premiados, los distinguidos, deberíais ser todos vosotros.

Quiero terminar con un saludo emocionado a todos los parragueses, con mis gracias infinitas y por siempre, porque desde hoy tengo con vosotros una deuda de gratitud que no estoy muy seguro de poder pagar. 

GRACIAS