OPINIÓN

Hamburguesas de esperanza

Duré apenas unos meses, pero Burger King me guardó una sorpresa: nunca recibiría mi último salario

 

En 2002 era uno más entre 150 jóvenes en uno de los Burger Kings más grandes del mundo, en la plaza londinense de Picadilly Circus. Exiliados de una treintena de países compartíamos sueños, precariedad y un desastroso inglés. Cobrábamos el salario mínimo, desconocíamos de antemano qué días trabajaríamos e, incluso, no sabíamos si a mitad de mañana nos mandarían a casa. Eras empleado de usar y tirar. Ese era el objetivo: Cuanto menos durases, menos derechos laborales exigirías y menos problemas causarías. Duré apenas unos meses, pero Burger King me guardó una sorpresa: nunca recibiría mi último salario. Llamadas, emails, asesores legales, no servirían ante lo que con el tiempo descubriría que era una práctica habitual con los jóvenes exiliados. 

Lo más doloroso era la aceptación de esas situaciones: Salarios que te convierten en trabajador ‘pobre’ o jornadas semanales de 70 horas son algo normal. Pero no siempre fue así. En los 80, la ‘dama de hierro’ Margaret Tatcher había privatizado empresas públicas, facilitado despidos y derrotado a los principales sindicatos. Aumentaron las desigualdades al ritmo que lo hacían los ingresos del 20% más rico. Lo contaban los sindicalistas ingleses que visitaron nuestras huelgas mineras de 2012: Tatcher devastó sus provincias mineras. Superó meses de huelgas y protestas sociales. Y cuando convenció a los ingleses de que ‘no había alternativa’, finalmente venció. 

Afortunadamente, aquí aún no han vencido y noventa jóvenes se han revelado contra la franquicia que gestiona tres de los Burger King de Xixón: Un gran empresario que obtiene en 2013 ganancias millonarias pero que alega (falsas) pérdidas en 2014 para reducir sueldos y descanso semanal y empeorar sus condiciones laborales. Recuerdo que, cuando regresé a Asturies, emprendí mi particular venganza y convencí a amigos y compañeros de no acudir a esta cadena de hamburgueserías. Así que no crean: Con este tema me ciega el odio. Pero sobre todo la esperanza. Porque quienes no se están resignando son lo mejor de la juventud asturiana. La que mira al futuro y sabe que los derechos laborales por los que luchan servirán para los que vengan después. Como lo saben los encerrados estas Navidades en el Hotel León, el ERA y el Matadero de Noreña. Decían que vivíamos tiempos de desunión, pero sucede lo contrario: Porque claro que hay alternativa.