Opinión

El maestro Etelvino González

Etelvino es un ciudadano importante por muchas cosas, una de ellas es que supo concitar a su alrededor el interés de un grupo de personas interesadas por las cuestiones maliayas (que es tanto como decir asturianas, españolas, europeas). Algunos creíamos, con ignorancia aldeana, que Villaviciosa era el centro del mundo, no apreciábamos que ese mundo estaba al margen de lo real, pertenecía al reino de lo intangible, de lo imaginable, de lo fabuloso.

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Etelvino González el día del homenaje que se le tributó en Villaviciosa.

Víctor de la Concha decía, en la inauguración de la escultura de Úrculo en el Parque Ballina, que la diferencia entre unas cabañas de pastores ubicadas en cualquier braña y la civilizadora villa, residía en que en esta última (históricamente Maliayo) las casas estaban hechas de piedra, en sus fachadas se encontraban empotrados los blasones, los corredores de madera, las torres de los señores, las calles enfangadas pero calles al fin y al cabo, las escuelas, el mercado semanal...  Yo añadiría que también son muestra de riqueza intelectual y, últimamente, tapones contra la despoblación.     

Etelvino consiguió interesarnos por la historia local, el abundante arte -aunque rudimentario- del románico y prerrománico local, la arqueología, los molinos, el asturiano...

De Maliayo salieron personas destacadas en distintas facetas, verbigracia De la Concha, Caveda y Nava, Fernández Cepeda, Tomás Tuero, Carlos Ciaño, Manuel Busto, Tuxa Villaverde... Etelvino era consciente de la abrumadora nómina de personajes destacados por los que él escudriñaba en las bibliotecas de todo el país. Pero también de los paisanos mayores que tienen algo que decir y que son los que nos traspasaron su memoria colectiva, a veces mágica.

Para Etelvino es importante todo, como para Braulio Vigón, quien publicara en el s. XIX libros de juegos infantiles, del folklore del mar, de la dialectología colunguesa... cuando acababa de llegar la idea del “saber popular” que lo englobaba todo y a todos. Etelvino consiguió interesarnos por la historia local, el abundante arte -aunque rudimentario- del románico y prerrománico local, la arqueología, los molinos, el asturiano... La importancia de cosas aparentemente poco importantes: los libros, las fotos antiguas, la toponimia, la pintura, la guerra, los sucesos y los decesos. 

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El muy sonoro topónimo “Maliayo” que se utiliza con total naturalidad hogaño, tuvo en Etelvino a un buscador de tesoros, un reponedor de ayalgas que lo rescató del olvido de la historia, abriendo ventanas a un posible origen griego a través de su compañero de estudios el profesor J.M. Alonso Moriyón (hoy en día la escuela de primaria se llama Maliayo, y el gentilicio villaviciosino es por excelencia “maliayés”). Crear un espacio nuevo espacio de futuro, que rescata lo antiguo es, en resumen, el sentido que nos supo/sabe transmitir; y esa ciencia empieza aquí, en la “estragal” de cualquier “requexu” escondido del concejo o del mundo. Ese es el gran conocimiento que nos arañó la conciencia, extrayéndonos del catetísmo imperante. Pero, además, lo supo hacer con una inteligencia natural, una tolerancia intelectual, una modestia filosófica (a la que hay que ponerle un gran delante), porque Etelvino es la deslumbrante luz que ilumina como un “guxanu de lluz” que nace y vive -como Maliayo- en Amandi.