Opinión

Sexo consentido a los 16 años

El que suscribe creía que estaba curado de espantos de recibir las extravagantes sentencias de algunos de nuestros altos magistrados, que parecen rivalizar entre ellos, a ver quien la lía más parda, pero por eso me terminó extrañando que el caso de una mujer de 30 años y de un joven de 15 (que cumplía 16 a los tres meses de los hechos) llegara hasta los tribunales con una petición fiscal que sobrepasaba los límites del sentido común. Lo bueno (si es que puede haber algo ejemplar en esta historia) es que la Fiscalía y la acusada llegaran a un acuerdo que liberaba a la mujer de ir a la cárcel.

Vayamos a los antecedentes. Un chaval en plena primavera hormonal tiene relaciones sexuales con una joven de 30 años en varios escenarios, uno de ellos la cama de dormitorio de los padres del adolescente que a los tres meses de los contactos cumple la mayoría de edad precisa, según la ley para dar por bueno su consentimiento coital.

La pareja rompe (si alguna vez estuvo atada) cuando la madre del muchacho se entera de las relaciones sexuales y monta en cólera por la diferencia de edad, hasta el punto de que acusa a la mujer de abuso sexual continuado, aunque los hechos no llegaron a superar el mes de vida.

Hay que hacer un inciso para explicar a los lectores que la mujer tenía un trastorno diagnosticado de personalidad límite y que su edad mental era inferior a la del adolescente de las hormonas exuberantes y de que, según los psiquiatras al chaval no le quedaron secuelas negativas de los encuentros sexuales. Es más, diría yo, que lo único que le quedó al adolescente fue la pena de que no pudiera pasarlo tan bien más allá del mes de disfrute.

Pero la madre del teenager se empeñó en que la buena mujer pasara por las dependencias judiciales para dar cuenta ante el mundo porqué se encaprichó con un chavalete de algo menos de 16 años y le llevó hasta el tálamo matrimonial, independientemente de otros juegos eróticos muy propios de quienes están empezando a conocer su cuerpo.

Uno de imagina a la madre del rapaz lamentando que su hijo tonteara con una medio pirada y perdiera el tiempo con ella en vez de tratar de dar el braguetazo con una de estas adolescentes millonarias que dejarían una herencia morrocotuda para el disfrute de la familia. Todos queremos lo mejor para nuestros hijos.

Lo que a un servidor le carcome es cómo este asunto llegara a los tribunales y en una dirección unívoca( y equívoca, si se me permite)  que es la de centrar el episodio en la minoría de edad del chavalete. Uno fue adolescente y conoce algo sobre picores sexuales en esta etapa de acercamiento a la mayoría de edad y es consciente de que la inocencia cuando uno se besa y abraza con unas persona de otro sexo (o del mismo, que cojones) está absolutamente ausente y a esos años uno es consciente plenamente de lo que hace y lo que disfruta.

Me sorprende que las investigaciones policiales y judiciales no se hayan dirigido al hecho de la indefensión mental de la mujer, que tenía 30 años biológicos, pero bastantes menos mentales, con lo que de haberse enfocado en esa línea, al chaval, en vez de víctima, se le podría haber imputado por abuso sexual y posición dominante sobre la que luego fue acusada.

Las interpretaciones sobre este particular son diversas, pero no dejan en buen lugar a los investigadores y al Ministerio Fiscal. Es verdad que el sexo siempre ha traído de cabeza a los poderes del Estado, quizá por la nefasta influencia religiosa  de muchos años y porque la mayoría de adultos no sabe que hacer ante el evidente desarrollo de la naturaleza, que es inexorable a los 15 años, a los 16 y a los 63. Obviamente este asunto no tendría que haber llegado, ni de lejos, a las salas de togas.  Al que suscribe le gustaría que en cuestiones de sexo consentido, los fiscales y magistrados no tengan pito que tocar. Sobre todo porque los que crean que son víctimas, tienen tanto de verdugos  como el que se escandaliza por ver una teta en un programa de televisión en horario infantil.