Opinión

Del reflexivo

Filosofía pequeña

Han llegado a mis entendederas dos piezas tan distantes como entrelazadas. Paradojas del morar, quién pensaría que en tan extraño cruce habría un choque tan singular. Ignatius Farray y las elecciones madrileñas, quién lo iba a adivinar. No les miento, proporcionales fueron mis risas a una intervención del cómico en La vida moderna a la perplejidad que me produce la campaña madrileña en su avanzar.

De esta forma, Ignatius Farray desglosaba un cruce de tuits con Isaías Lafuente, longevo periodista de la cadena Ser. La cuestión había radicado en una feliz ocurrencia del cómico al darse cuenta de que los verbos «morir» y «vivir» no se diferencian solo en el tiempo en que acaecen a una persona, sino en su gramática. Uno permite las formas reflexivas, el otro no. En uno podemos afirmar de alguien que «se está muriendo», pero no decimos de él que «se está viviendo». Del mismo modo, diremos de alguien que «está muriéndose», pero no que «está viviéndose». A partir de aquí, el genio cómico de Ignatius hacía el resto y su recreación de la conversación con Isaías Lafuente fue ciertamente divertida. Por un lado, el cómico tratando de entrar en la filosofía desde su ágil cintura, por el otro, un serio y estoico lingüista replicando desde el rigor de la academia. Quien al comienzo de la refriega se pensaba vencedor, caducó atropellado por un tractor.

Escuchamos y leemos el eslogan que descubre la todavía presidenta Isabel Díaz Ayuso: comunismo o libertad. Lo cierto es que no podemos dejar de admirar tamaña habilidad propagandística

Estos entretenidos minutos de radio enlazan sorprendentemente con la actualidad madrileña que todo contamina, incluso las sobremesas en las villas marineras. Escuchamos y leemos el eslogan que descubre la todavía presidenta Isabel Díaz Ayuso: comunismo o libertad. Lo cierto es que no podemos dejar de admirar tamaña habilidad propagandística. Comunismo o libertad. El eslogan necesita de inmediata traducción para poder observar los nexos. Comunismo no hay ni se ofrece, esto es evidente, y ninguno de los partidos propone tales extremos; por otro lado, sugerir que el comunismo es antitético a la libertad provoca sonrojo. Empero, lo que realmente se está deslizando es lo siguiente: restricciones o libertad. «Comunismo» se fuerza como sinónimo de lo que se está practicando esforzadamente desde el gobierno: restringir libertades para dar aire a la salud y a las ucis. Así que «comunismo» evoca la restricción de libertades, a saber, en casa a las ocho, interiores de bares cerrados, agrupamientos limitados y comunidades con uniformadas fronteras. Es más, al mentar la libertad no se insinúa una libertad política ni filosófica, sino algo mucho más cercano al sudor del viandante: tapas y cañas. Porque esto es lo que la presidenta ha recalcado: si vencen ellos, cerrarán su bar y usted no podrá pedir su consumición. La dialéctica suscitada, por tanto, no es entre comunismo y libertad, sino entre restricciones y tapas. He aquí su genialidad y he aquí la razón de su pronta victoria.

El español gusta de convidar y alternar, de reír y alargar los días hasta que ya pierden su nombre. Por ello podemos entender cómo la verbena extranjera de Halloween se ha zampado al tradicional y sieso día de todos los santos y que ese entrañable Papa Noel se vea más gordo cada navidad.  No olvidemos, nos recuerda el cómico, que con el paso de las horas y las pandemias, puede usted estar muriéndose o puede usted estar viviéndose. En el fondo, se encontrará con la misma alarma, el mismo riesgo y la misma penuria, pero solo en un caso se divertirá un rato más.

Nuestro presidente, Sánchez, parece que ya se ha dado cuenta de esto y ha anunciado que en breves vuelve a encender la música. Queda por dilucidar si le dejarán unirse a la conga y sobre cuántos cadáveres con salsa alioli se bailará.

En un giro inesperado de los argumentos, la izquierda ha madrugado, se ha aseado y uniformado con alternativamente una bata blanca y una corbata mustia. Ha realizado un acto de responsabilidad y con la voz tenue, tono oscuro y mensaje alarmado, ha apagado la música. Señores, inevitablemente, si quieren seguir vivos, han de marcharse a sus casas. Seamos adultos, abandonen todo atisbo de festejo. Perdonen que insistamos en el virus, pero todos para casa, no se junten, no se diviertan, no se rían muy alto, nada de abrazos, nada de baile y nada de lugares cerrados. Gabilondo les enseñará el protocolo. Y ustedes comentan por lo bajini que este debe ser de los reflexivos, claro, porque es filósofo, así que no sabe más que de muertos y de estar muriéndose. Seguro que hasta nos quiere cerrar las piscinas, que es cosa del vivirse con bañador.

La derecha, en cambio, se ha quitado su traje de vendedor de enciclopedias y se ha liado la corbata a la cabeza. A voces estridentes y con el chumba chumba del loro a todo gas, ha anunciado que viva la marcha, la tapa de tortilla, la caña bien tirada, el rabo de toro, la meada entre contenedores, el puro rechupado, el chupito de colores y menudo joputa ese de la coleta, cagonros. Madrid es España, España es Madrid y algo queda por ahí. ¿A qué queda chulo? ¡Otra caña, jefe! El catedrático Gabilondo dijo algo de la mesura, de que es feo, fuerte y formal… ¿O era soso, serio y formal? Loquillo sí que sabía pasárselo bien. ¡¿Llega la de rabas o qué?! Sube la música. ¡Otra caña!

Los adalides del ataúd se hinchan ofendidos prestos a pronta reacción; ellos, nuevos jueces de la conducta ajena que a todo atienden para imponer veredicto. ¡Insensatos! Esos jóvenes que se juntan en el parque, ese chaval con la mascarilla por debajo de la nariz, ese que se saltó la fronterita para visitar a los padres, esos compañeros que se han juntado para comer, esos amigos que se sacan fotografías sin la mascarilla; y suma y sigue, que pecadores hay por todos los rincones. No sé si llamarlos nuevos policías de balcón o nuevos curas de salón; ambos, oteando al ras de la acera e inmiscuyéndose en las vidas ajenas a través del escrutinio de las redes sociales, se erigen como jerarcas de la moral, predicadores del deber, actores de la ejemplaridad, dadores de la santidad. Ciertamente, son insufribles.

Entretanto, los que ya están hastiados de tanta penuria no desdeñan la tapa de calamares y dejan de escuchar a los seminarista del miedo. ¿Comunismo o libertad? Empieza por rellenar este vaso, que sigo sediento después de tantos meses. Si la elección es, como decía Ignatius, entre los que están muriéndose en el sinvivir o los que están viviéndose en la terraza, parece que me voy a aflojar la corbata. En definitiva, los verbos pronominales no ganan elecciones.

Nuestro presidente, Sánchez, parece que ya se ha dado cuenta de esto y ha anunciado que en breves vuelve a encender la música. Queda por dilucidar si le dejarán unirse a la conga y sobre cuántos cadáveres con salsa alioli se bailará.