Opinión

La familia franquista y charnega de Puigdemont

El abuelo pastelero de Carlos Puigdemont -expresidente de Cataluña y veraneante ‘full time’ en Waterloo-, y parte de su familia se alinearon en el bando nacional durante la Guerra Civil. Un tío del susodicho, Joshep, indica que en la casa familiar se guardaron tres personas: dos curas, emparentado uno de ellos con su familia, y un militar jubilado de Madrid a quien le sorprendió el conflicto de vacaciones en la Costa Brava.

Los tres eran temerosos de la República, aunque no tenían por qué, salvo que estaban horrorizados por la estúpida idea de que quemasen la iglesia del Monasterio de Santa María de Amer, así como los altares y los santos incinerados en la Plaza de la Villa. Según Joshep, su padre, Francisco Puigdemont –el abuelo del expresidente- lloró amargamente sentado en una silla viendo el panorama dantesco que se le ofrecía a la vista.

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Cuando Francisco Puigdemont recibió el chivatazo de que los republicanos de Companys le querían “interrogar”, huyó a Francia por los Pirineos. Allí, le detuvo la policía, quien le dio la opción de volver a la Cataluña republicana, o a la zona nacional por Irún; escogió esta última. Se internó en la península y se fue a Burgos, capital de la zona nacional, donde trabajó para el régimen. En 1940, ya terminada la guerra, el pastelero volvió a su casa con dos uniformes azul mahón de la Falange, con sus correas y cinturones, y se los regaló a sus dos hijos.

Pero no queda ahí la cosa. Su bisabuelo, José Oliveras, un hombre de misa diaria, Alcalde de Amer en 1910, fue distinguido como Caballero de España –un distintivo franquista para sus represaliados y presos- tras ser detenido por el Frente Popular. Su tío abuelo también se pasó a Franco: “Se fue a la batalla del Ebro con los republicanos, pero en el momento propicio, se pasó a los nacionales”. Pero aún hay más: El primo del abuelo fue Jefe de la Falange de Amer.

A su abuela, la jienense aunque de origen almeriense –charnega al fin y al cabo-, María Oliveras Galcerán, Franco le puso un estanco. Los estancos eran, según una ley de 22 de julio de 1939 un regalo que el régimen hacía a “Las viudas y güerfanas víctimas de los asesinatos durante la dominación marxista, por su adhesión a la Causa Nacional, o a los que prestaron al Movimiento relevantes servicios…”. Ahí queda la cosa.

En Cataluña hay una obsesión contra la España de Franco –Franco murió de viejo hay 45 años y nadie se acordaba de él hasta que llegó el venezolano Zapatero-, y contra la Guerra Civil –de ella hace ya 84 años-. Se entiende que esta guerra es considerada por algunos indepes -47% de la población catalufa- como una guerra de los españoles –franquistas-, contra los catalanes –víctimas inocentes-, aunque el 70% de los catalufos no son catalufos auténticos sino andaluces, extremeños, gallegos….

La idiotez lleva camino de convertirse en la Mayor Babayada del siglo XXI y XXII.