Opinión

Toda la ciudad era una gran terraza

Oviedo y las terrazas

Soy de natural simpatizante de los colectivos reivindicativos y de quienes exigen sus derechos sin renunciar a las conquistas. Debe ser porque toda mi vida fui un protestón, desde el colegio hasta el último día de mi profesión, empatizo con aquellos que no se callan ante las injusticias. Pero, claro, todo tiene un límite y no todos los que exigen tienen razón.

Me parece muy justas algunas de las peticiones del sector de la hostelería y mis razones personales tengo para ello, pero que comprenda y anime algunas de ellas, me dan vergüenza ajena otras, sobre todo de quienes entienden ese oficio como una reclamación porqué yo lo valgo por encima de cualquiera otra consideración que ponga en su lugar a otros colectivos.

Los dueños de los bares y sidrerías reciben la subvención por cese obligado de la actividad y sus trabajadores cobran religiosamente el ERTE que por esa misma circunstancia tienen estipulado. Es posible que algunos no lo hayan percibido todavía, pero son los menos y a lo mejor no es por responsabilidad de la Administración, sino por errores en la transmisión de datos. Lo sé porque tengo la experiencia de personas muy cercanas.

Que la hostelería es el sector que más va a sufrir las consecuencias de la pandemia no cabe ninguna duda, pero nadie abre su bar si hay muertos por la calle ni nadie coloca sus intereses personales por encima de los colectivos de la ciudadanía.

Los dueños de los bares y sidrerías reciben la subvención por cese obligado de la actividad y sus trabajadores cobran religiosamente el ERTE que por esa misma circunstancia tienen estipulado. Es posible que algunos no lo hayan percibido todavía, pero son los menos y a lo mejor no es por responsabilidad de la Administración, sino por errores en la transmisión de datos. Lo sé porque tengo la experiencia de personas muy cercanas.

Ya antes de la pandemia y con el tripartito en la plaza mayor ovetense, este buen hombre, de apellido Almeida pretendió arrogarse la propiedad de El Fontán y de las calles del casco histórico para colocar terrazas con las que los ciudadanos consumieran hasta altas horas para pagarle el negocio.

Por eso me repatea esa falta de solidaridad de algunos miembros de ese colectivo que se creen con derechos inalienables y por encima de los demás a que se les trate con privilegios sin dar nada a cambio.

Sigo muy de cerca las informaciones sobre los males de hostelería (incluso los de aquellos que tienen a sus empleados en un erte y a la vez trabajando para ahorrarse unos euros de mierda) y me causa verdadero espanto las exigencias de un alto representante de este sector en Oviedo, que todos los días en La Nueva España (ni que estuviera en plantilla) sale con foto denunciando lo mal que está el mercado y que necesitan muchas ayudas y subvenciones porque son algo así como la esencia de la ciudad, que si por el fuera, se convertiría a la capital en una gran terraza, en la que los peatones y los coches de niños deberían sortear las mesas y las sillas porque la calle es mía.

Ya antes de la pandemia y con el tripartito en la plaza mayor ovetense, este buen hombre, de apellido Almeida pretendió arrogarse la propiedad de El Fontán y de las calles del casco histórico para colocar terrazas con las que los ciudadanos consumieran hasta altas horas para pagarle el negocio. No le salió muy bien, pero ahora ha vuelto a la carga, aprovechando que el alcalde de Oviedo, es un tipo que se apellida Canteli y se lo consiente todo. Vaya usted a saber las razones.