Opinión

El crimen de Rosalía Zapico

Estamos viviendo unos momentos en los que la intolerancia se impone a la cordura y el sentido común y el sectarismo se convierte en disco de moda en el que los intereses ideológicos de los más abyectos priman sobre los razonamientos de una mentalidad democrática que intenta ser racional, pero encuentra dificultades en los  más intransigentes.

En este tiempo de mezquindades, parte del personal apuesta por interpretar la Constitución  bajo la óptica de los Principios Fundamentales del Movimiento donde la humillación y la falta de perdón es un elemento clave en el imaginario colectivo de los ciudadanos y aspectos tan fundamentales como la reinserción se ponen en  entredicho, en función de quienes son los que han cometido errores y las explicaciones de sus autores.

Parece, por tanto, alucinante que desde las posiciones de derechas de este país se niegue la posibilidad de intervención política a quienes en su día fueron acusados y condenados por acciones delictivas, como si el mandato de la Constitución de rehabilitación no contase en el equilibrio constitucional de este país.

Por eso es deleznable que muchos voceros de la ultraderecha nieguen a Arnaldo Otegi y a su partido la posibilidad, no solo de intervenir en la negociación de la vida ciudadana, sino incluso en el puro ámbito de las relaciones personales y de festejar la Navidad con sus adversarios políticos. Es un claro ejemplo de sectarismo que repugna a la mayoría de los españoles de buena voluntad que creen en la Constitución sin matices.

Por eso quiero  contaros la brutal historia personal de Rosalía Zapico, una mujer asturiana de izquierdas, que fue víctima de la venganza franquista y sobre todo de la miseria de algunos de sus servidores, que pretendían ganar puntos ante sus superiores cometiendo las mayores atrocidades.

Rosalía Zapico fue una joven niña de la guerra que volvió a su tierra desde Rusia después de experimentar los horrores de la crueldad contra sus familiares. Casada con un militante del PCE y con un hijo pequeño  residía en un pueblo asturiano  tratando de sortear la miseria de la dictadura. Pero era hermana de un guerrillero que se había echado al monte y al que los franquistas odiaban porque sus actividades le traían de cabeza.

La imaginación de los guardias civiles de la dictadura no era demasiado destacable, pero su crueldad estaba fuera de toda duda, así que algunos asesinos con tricornio idearon un plan para que Ramonzón, el hermano de Rosalía cayera en su trampa y pudiera ser detenido, apuntándose una victorias contra ‘los del monte’.

La idea, mezquina, como su propia conciencia, consistía en disparar a Rosalía y hacerla desangrar hasta que apareciera su hermano para abatirlo. Efectivamente, cuando la mujer bajó hasta el Cadavíu, al pie de lo que hoy es el ecomuseo del pozo Samuño, los agentes beneméritos atacaron a la hermana de Ramonzón y la dejaron en el suelo herida de muerte y gritando al aire el dolor de su ultraje. Corría noviembre de 1951.

Ramonzón no cayó en la trampa, pero supo hasta el último detalle del benemérito asesinato de su hermana. Como parece que existe la justicia poética, tiempo después, el guerrillero dio buena cuenta de los agentes que cayeron bajo sus balas mientras jugaban a las cartas en un bar de la cuenca.

Sirva esta anécdota para reflexionar sobre el crimen y el castigo en nuestra sociedad. Después de muchos años y mucho dolor, ninguno de los familiares de Rosalía Zapico exigió, tras la Transición, la disolución de la Guardia Civil por la complicidad del cuerpo con quienes reprimieron los brotes de libertad que exigían los defensores de la República. Si la Guardia Civil quedó indemne de los crímenes de algunos de los suyos, porqué la izquierda abertzale sigue siendo cuestionado por los (verdaderos) enemigos de la democracia. La reconciliación nacional es cosa de todos.