Mi gran boda báltica
Se casó José Félix el de Sames en Cangas de Onís. Y lo casó su socio Pepín, que se ordenó alcalde hace cuatro años y ha decidido ver las bodas desde la barrera durante unas legislaturas. A causa de su celibato político hubo de pedirle prestados a Gibran Kahlil, el poeta libanés, los atinados versos sobre el amor que respeta y no asfixia, convertidos ya en texto canónico de los esponsales postmodernos, tanto si tienen cura como si no.
Con lo que mirad por dónde, colegas de urna, los astros se juntaron también para que Pepín y José Félix hayan podido aplazar tanta política rodeándose de realidad: servicio público (el alcalde), amor rampante (entre los contrayentes) y amistad o familia que, entre los asistentes, alcanzó la pequeña cantidad de 17, inversamente proporcional a su disfrute.
Y si no sumamos aquí a Ramón Celorio y sus ayudantes, a las atentas camareras y a una chica nórdica que atendía a los bebés, es para que salgan las cuentas: el 17 es un buen número a la hora de fijar invitados porque las bodas funcionan como los primos de Fermat, y el siguiente se dispara a 257, como dijo una gallega entendida en cifras.
Y se casaron en Cangas, brindaron en Parres y a su regreso a Sames (Amieva) la madre del alcalde iba musitando ay dios… porque vio felices a sus hijos, volando hacia el futuro. Los padres y el pueblo ruso de Marina esperan en Tallinn, pero las redes sociales, que viajan a la velocidad de la luz, ya pusieron al borde del Báltico los bellísimos momentos de su sonrisa.
Viva los novios.