De los códigos

Filosofía Pequeña

Afirmo que el visionado de My Mexican Bretzel (Nuria Giménez, 2019, galardonada en el FICX de Gijón) debe acomodarse a unas palabras de Aristóteles en su Poética. Dice así:

«Resulta evidente, por lo que hemos dicho, que la obra propia del poeta no es tanto narrar las cosas que realmente han sucedido, cuanto contar aquellas cosas que podrían haber sucedido y las cosas que son posibles, según una verosimilitud o una necesidad. En efecto: el historiador y el poeta no difieren por el hecho de escribir sus narraciones uno en verso y el otro en prosa -se podría haber traducido a verso la obra de Herodoto y no sería menos historia por estar en verso que en prosa-; antes se distinguen en que uno cuenta los sucesos que realmente han acaecido y el otro los que podían suceder. Por eso la poesía es más filosófica que la historia y tiene un carácter más elevado que ella; ya que la poesía cuenta sobre todo lo general, la historia lo particular» 1451b.

My Mexican Bretzel nos sortea sin decirnos si se trata de una película o de un documental. Esta es su virtud: ni una ni otra; o un poco de una y un poco de otra

La cinta se recrea con nosotros pues para cualquier concurrente al cine se supone una primera «suspensión de la incredulidad», es decir, aceptamos unos principios para que la obra despegue y nos secuestre, ya sea que un tipo vuela, que otro es extremadamente inteligente y que uno más es potencialmente malvado. Una vez establecidos los códigos con el espectador, no cabe romperlos, y así Superman volará, pero no será un metamorfo; Lex Luthor conspirará, pero no empezará a respirar bajo el agua; y Harvey Dent se convertirá en Dos Caras, pero no trepará por las paredes. Del mismo modo, el contrato que firmamos al comenzar, no una película, sino un documental, es análogo: no suspendemos nuestra incredulidad, sino que aceptamos la buena fe y la verdad de lo allí ofrendado; en otras palabras: entregamos nuestra confianza.

Nuria Giménez estuvo esta semana en el IES Rey Pelayo de Cangas de Onís hablando de su película con los alumnos.

My Mexican Bretzel nos sortea sin decirnos si se trata de una película o de un documental. Esta es su virtud: ni una ni otra; o un poco de una y un poco de otra. Las imágenes son ciertamente las que la directora encontró en el sótano de su abuelo suizo: en ellas se ve a una pareja, sus abuelos suizos, disfrutando de una cámara de vídeo y del dinero acumulado en actividades tan suntuosas como poco originales. La narración en off del diario, los aforismo del gurú indio Kharjappali y el supuesto amante mexicano son inventados. Verdad y ficción. Metraje de vídeo auténtico y fantasía ambigua. Historia y poesía. Lo concreto y lo general. El semblante histórico de la sociedad burguesa en su ocio palidece ante lo que nos transmite su comunión con el relato pasional: desde la concreción de unos burgueses haciendo cosas de burgueses, nos elevamos a la universalidad de la condición caduca de la existencia humana, a veces en armonía, a veces en liza, a veces en traición y muchas veces en derrota.

El medio nos promete la verdad, pero Aristóteles nos recuerda que verdades hay muchas. Unas grabaciones sin mayor interés orillan en universales gracias a la poesía creativa de su directora para ultimar en placer irreverente al sabernos mangoneados. Nuestras expectativas habrán sido violentadas y no podremos dejar de sorprendernos graciosamente ante la maña del tahúr. Ha sido una fullería de la que algo podemos aprender: los códigos se violan. Entonces, la película cobra brillo propio al recordarnos que, ciertamente, todo se trata de códigos y que ante ellos no es aconsejable perder la tensión.