Opinión

De los fatos

Filosofía pequeña

Un fato es un lelo, un memo, un necio. No lo digo yo, lo dice el divertido libro Insultar en Aragón. En una segunda acepción, añade, es un presuntuoso, un presumido y un ñoño. Por supuesto, esto no nos suena ajeno. En Asturias tenemos la misma palabra, el fatu, y un montón de ellos campando a sus anchas. Trazaré su anatomía sin mayor dificultad ya que me los cruzo con alguna frecuencia.

Los hay de derechas y de izquierdas porque no atienden a políticas, sino a su necedad, pero saben zigzaguear en tales códigos

El fatu sentencia sus certezas porque está lleno de ellas sobre los más variopintos asuntos. Lo hace alzando su voz y tan categórico que hace dudar al que lo escucha. ¿Será que realmente domina aquello de lo que habla? Lo cierto es que ha jugado bastante al mus y sabe que lo importante no es su verdad, sino cómo se pronuncia la misma, aunque sea una sandez, aunque sea una impertinencia, aunque sobresalga su memez. Impone y gusta en imponer; mira muy serio, asomando cierto enfado que no se entiende en el contexto y al despistado hace pensar que hay marejada por detrás que justifica tamaña gravedad. A una mirada atenta asoma la verdad: es un imbécil, pero no tanto como ignorar que está haciendo el ridículo y, bueno, quizá lo pueda ocultar tras un manto de soberbia. Órdago a la chica.

Los hay de derechas y de izquierdas porque no atienden a políticas, sino a su necedad, pero saben zigzaguear en tales códigos. Desde la derecha se le ve venir: habitualmente zafio, con medias verdades y una facilidad indómita para señalar a culpables y pecadores en cualesquiera terrenos. Siempre hay alguien que lo hace mal, es torpe, no viste muy allá, tiene un tono oscurito y un acento sureño… Y está fastidiando a la madre patria, a la economía emprendedora o a qué sé yo. Órdago a pares

La atalaya es alta, es fuerte y el fatu se siente fuerte. Todos lo ven, todos lo oyen. Desde allí se postula como modelo, ya sabéis, como con humildad, pero sin dejar de pavonearse

Los hay de izquierdas, claro que sí, y estos son más sibilinos. De lengua bífida, el fatu emplea un punto de superioridad moral. Desde la derecha es tan obvio en sus sandeces que, de no ser algunos temas serios, se podrían tomar a broma. Pero no, desde la izquierda acusa desde bien arriba, desde lo alto de su atalaya moral, y lo hace en demasiadas direcciones. Disfrazado de honor, clama los deberes que el resto no cumplen y deja intuir que él sí los consuma. Lo deja intuir lo suficiente para que todos avengan a tal saber, pero no demasiado como para resultar presuntuoso. En ese difícil equilibrio, el triunfo se logra cuando alguien, despistado y engañado, se lo reconoce. Órdago a la grande.

La atalaya es alta, es fuerte y el fatu se siente fuerte. Todos lo ven, todos lo oyen. Desde allí se postula como modelo, ya sabéis, como con humildad, pero sin dejar de pavonearse. Él es un héroe homérico, o así se gusta imaginar su semblante. Los héroes se ofenden porque tienen mucho y son mucho, y actúan porque no se pueden quedar inmóviles ante ofensa alguna. Por ello habitualmente parece turbado. No golpea, porque eso conlleva riesgo, pero amaga, y habla. Habla mucho, e incluso dice cosas sensatas que disimulan su vanidad. En su quehacer va cosiendo alianzas entre otros fatos y algunos aturdidos. Empero, cuidado, su frágil carisma se diluye en la distancia corta, en los momentos donde hay que tener arrojo, no arrogancia. Su aura desaparece cuando tiene que dar cariño, no acumular halagos. Su celebridad se antoja caspa cuando tiene que dar cobijo, pero da largas. Entre la cortesía y la desconsideración, entre el afecto y el interés, entre la amistad y la hostilidad, siempre se escoge a sí mismo. Es así cuando se desmarca en su desvergüenza y la disfraza de un qué voy a hacer yo, qué opción tenía, mira tú, ya lo siento pero ya ves, y si eso ya tal pero ahora mismo no me viene bien. Órdago al juego.

Me repite un amigo picotero del Bierzo que a un asturiano hay que enfrentarlo, siempre enfrentarlo, porque se va a retirar. Se hincha, insiste, con la misma velocidad a la que se desinfla. Y grita, no hay más que entrar a una sidrería, pero se ha olvidado de hacerlo, si es que se puede, con sensatez. Lo dice por picarme, claro, pero no solo lo dice él, lo dice todo aquel que se ha topado con un fatu. Mañana veré alguno. Y ya hemos visto muchos. Y ya los hemos visto en su mediocridad. Y ya los hemos visto en su desvergüenza. Ahora toca ver el órdago… Nada, supongo que perderé, que yo de esto no sé. Qué más da.