En estos días inciertos, Sajambre solidario

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photo_camera Carla García Montaya repartiendo mascarillas en Oseja.

Sajambre Solidario

En estos días inciertos, mientras nos vamos convirtiendo todos en pobres con WIFI, brotan y se propagan las profecías con la rapidez de los virus. El caldo enrarecido del confinamiento y una humanidad a la espera de signos providenciales propician los vaticinios, que crecen como el ailanto en esta primavera recalentada por una información salvaje.

Pero éste no es el tiempo de los augures, pues el presente -fatal para muchos- apremia. Tampoco es el de quienes hacen partido en las aguas turbias de la política, sembrando odio y aupándose sobre las cifras de los fallecidos. En estos días extraños de primavera, los comportamientos avanzados resplandecen.

Sajambre es un valle cantábrico con mucha vegetación y la población diezmada. Pero las semanas de confinamiento y los días de buen tiempo, han devuelto al valle la condición de paraíso, que por naturaleza nunca perdió. En medio de sus casares, Carla García Montoya y dieciséis vecinos más han transformado el WhatsApp en una herramienta de provecho y han puesto el nombre de Sajambre en vanguardia, a pesar de haber perdido en 100 años el 85% de su demografía.

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Valle de Sajambre desde La Solana, Llaveño. FOTO: Carla García.

En 1920, Sajambre contaba con una población de derecho de 1290 personas y 264 hogares, que así se llamaban entonces las casas habitadas porque todas echaban humo. Justo un siglo después, en el concejo figuran 232 personas censadas, aunque sólo 120 de ellas ven nevar en el valle. El resto trashuma y libra el invierno en zonas de supermercados, hospitales y colegios, paradójicamente convertidos ahora en espacios de riesgo.

Es curioso que, a propósito del virus, hayamos recuperado el concepto de actividad “esencial”: la panadera, el agricultor, la médica, el repartidor, los bomberos, la fisio o el enfermero, el guardia, la construcción…o el tú a tú que se rescata con el trabajo a distancia

Y así, al centenar amplio de resistentes los ha sorprendido esta pandemia con más de 70 años de edad, como promedio, completando sus vidas con la misma incertidumbre con la que vinieron al mundo, allá por los años cuarenta, cuando la España era de Franco y en Sajambre gobernaba el clima. En la Oseja de hoy, apenas media docena de jóvenes bajan de los veinte años. Pero algo tiene la tierra que lo transmite cuando es necesario: “Hay que actuar como Valle”, se dijeron, quizá porque Sajambre (Salia por Sella, y “ambron” por “valle” en indoeuropeo) lleva impresa en la geografía y en el nombre la ley física de la confluencia, que obliga desde antiguo a pensar y actuar en común: en una sextaferia digital que apurre a los mayores productos de primera necesidad.

Después de un mes de alarma, continúan unos al tanto de todos, y los más jóvenes hacen llegar una vez por semana, hasta quienes más se han de proteger, los suministros. Cuando la tienda del pueblo no abasta las necesidades, se aprovechan en común los coches que bajan a Cangas, reproduciendo la función que tuvo en su día la “linea de Oseja”. Después, la redistribución de los encargos se acompaña con el pan de Oseja, uno de los últimos servicios públicos que conserva Sajambre.

Es curioso que, a propósito del virus, hayamos recuperado el concepto de actividad “esencial”: la panadera, el agricultor, la médica, el repartidor, los bomberos, la fisio o el enfermero, el guardia, la construcción…o el tú a tú que se rescata con el trabajo a distancia, como es el caso de tantos educadores y alumnos que se han reencontrado flotando en las redes, agarrados como náufragos al correo electrónico o al chat.

En resumen, ahora, cuando residir en la España vacía es una suerte y los espacios urbanos acusan el hacinamiento, es el momento de repensar el ecosistema, moderar el gasoil, templar el gasto y aprovechar la ola de comportamiento avanzado, radicalmente útil y dulce, que llega en brazos de la solidaridad vecinal. Y conviene tener presente que, en otro tiempo -el de las pestes antiguas- y en otros espacios -los que padecen hoy guerra y hambrunas- la muerte se cebó y se ceba sin piedad, como lo hace ahora entre nosotros. En todos sus escenarios prosperan especuladores, tahures y profetas como los que brotan hoy por doquier, y que engolan hasta los 14 euros el precio de una mascarilla o a cuatro el de una coliflor, porque en el río revuelto del hambre o del miedo, el mercado se convierte en estafa.

En cambio, el río de agua clara nunca crece y aplaca el afán. Por eso, mientras el pueblo aguarda disciplinadamente la bonanza, es mil veces preferible la acción solidaria de Sajambre, con apellidos y nombre propio en cada entrega, que las cifras, curvas y picos de fallecidos sin nombre en la lengua de madera que habla el poder.