Opinión

La autopista del mar

Como si de un submarino se tratara, emerge de cuando en cuando en las páginas y audios de los medios de comunicación de nuestra querida Asturias, la necesidad de potenciar lo que se ha venido en llamar la autopista del mar, o sea el tráfico comercial marítimo entre el puerto gijonés de El Musel y el francés de Nantes, con el fin de mantener una vía de intercambio entre la comunidad autónoma y el resto de Europa.

Ahora han vuelto los responsables de la autopista del mar a hablar de su libro

La llamada autopista del mar ya funcionó hace algunos años con las expectativas en todo lo alto y con los objetivos puestos en diversificar el traslado de mercancías hacia el resto del continente y con el propósito de ahorrar costes y dinero. Pero aquella experiencia, bien sea porque los cálculos de beneficio no resultaron adecuados o porque los contenedores para llevar las mercancías no eran los adecuados, resultó fallida y el experimento se fue al traste.

La iniciativa se retomó el pasado año y los objetivos estratégicos de mantuvieron, aunque parece que se modificaron algunos de los parámetros que se habían planteado la vez anterior para hacerlos más viables durante todo este tiempo. La línea marítima fue desarrollándose sin que trascendiera información alguna sobre su supuesta rentabilidad económica.

La tercera vía, a la que acuden siempre los empresarios más flojos, es la de pedir a papá Estado.

Ahora han vuelto los responsables de la autopista del mar a hablar de su libro y han puesto de relieve que la situación económicamente no es tan satisfactoria como se debiera y, pese a que mantienen que los estudios de viabilidad siguen siendo positivos, las cuentas no cuadran y las pérdidas están a la orden del día, lo que no es una buena noticia para las comunicaciones marítimas de Gijón.

Y, claro, han planteado la necesidad de subvenciones públicas para poder mantener en pie un negocio que es de gran importancia para la exportación e importación de productos desde y hacia Asturias, con lo que el interés general requiere que el Estado -o sea, todos nosotros- comencemos a pensar cómo nos rascamos el bolsillo para que el tráfico entre los puertos asturiano y bretón den beneficios.

Entre los empresarios que tienen vocación de emprendedores cuando les falta dinero para que las inversiones sean rentables, suelen acudir a dos vías, la de incrementar la inversión o la de ampliación de capital, es decir, que otros socios acudan en ayuda de la idea para que resulte más rentable y, aunque se tengan que repartir los dividendos, entre varios, al menos hay rendimiento. La tercera vía, a la que acuden siempre los empresarios más flojos, es la de pedir a papá Estado.

Es posible que la autopista del mar no sea rentable y no seré yo quien lo diga, porque no tengo a mano los libros de contabilidad para emitir un juicio. Pero no parece muy profesional que, cuando la iniciativa privada se quede en la cuneta, pidan dinero y subvenciones, mientras la propiedad siga siendo societaria y no pública, porque parece un tanto incongruente.

Es posible que si esa línea marítima tiene un valor estratégico para la economía asturiana y española, que no digo yo que no, y que, aunque no sea rentable es fundamental que se desarrolle, aunque acarree pérdidas, como el dinero a la dependencia o la investigación farmacológica. Pero entonces que se quede el Estado con el déficit y el rendimiento a muy largo plazo, pero también con la titularidad de la línea. Y si hay ganancias, que sean para todos los españoles y, en caso contrario, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.