FRAN ROZADA

Reseñas de Covadonga (I)

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A lo largo de los cinco miércoles de este mes de septiembre vamos a publicar otras tantas breves reseñas, precisiones o puntualizaciones sobre materias, cuestiones o temas poco conocidos que podemos encontrar en el primer santuario asturiano. Muchos de esos componentes los hemos visto ahí desde siempre, pero no nos hemos detenido en el cómo, cuándo, dónde, por qué o por quién fueron ideados, hechos o llevados a Covadonga.
Comencemos por el embalse bajo la cueva. En el lugar donde vierte sus aguas el que unos llamaron río Diva, otros Reinazo y algunos, incluso, Deva, procedente de Orandi, había un estanque de pequeño tamaño y en 1945 -cuando la gran restauración del santuario- se amplió hasta las dimensiones que tiene en la actualidad. Al primer embalse le había hecho una canalización el muy destacado arquitecto Ventura Rodríguez, cuando planeó levantar sobre el mismo una monumental basílica que albergase en su interior todo el frente de la cueva que conocemos. Un plan que, afortunadamente, se quedó sólo en la cimentación, tras once años de trabajos. Siempre la escalera fue el acceso tradicional a la cueva hasta que se abrió la actual galería o túnel, hace poco más de un siglo.


Oseznos sosteniendo la sede espiscopal en la Cueva.


La pequeña capilla-sacristía que alberga la cueva es la tercera que se conoce, después de la muy sencilla de 1820, la de Roberto Frassinelli después -cuyo camarín para albergar la imagen de la Virgen estaba construido en madera y escayola dorada y policromada; se bendijo el 6 de septiembre de 1874 y se mantuvo hasta 1938. La capilla-sagrario que hoy conocemos se concluyó en 1945 y en su cubierta interior lleva una armadura de madera de castaño dorada por el artista valenciano Juan G. Talens (es curioso que el anterior camarín de Frassinelli también había sido decorado por un artista valenciano, el señor Gasch). Dos  ventanas aspilleras se abren en ella hacia el exterior. La pequeña campana de esta capilla fue un regalo del Ayuntamiento de Gijón el 8 de septiembre de 1949, fundida en los talleres Adaro -según el diseño del arquitecto don Luis Menéndez Pidal- e incluyó en su aleación 10 kilos de plata, con el escudo de Gijón en una cara y la Cruz de la Victoria en la otra. En la clásica foguera de la noche anterior, en Gijón, la campana fue volteada jubilosamente por los vecinos. El atril del evangelio sobre el águila simbólica fue hecho en Toledo, en bronce dorado a fuego, y costó 30.000 pesetas, que pagaron a medias entre la Diputación de Oviedo y el Ayuntamiento de Avilés; la donaron el 8 de septiembre de 1950. El estudio y modelado de los dos graciosos oseznos sobre los que se asienta la silla episcopal de la cueva fue obra del escultor cangués Gerardo Arsenio Zaragoza, pero fueron llevados a la piedra caliza roja de Covadonga por el maestro gallego Andrés Seoane el cual, para interpretar el pelo de los oseznos, se valió de un vaciado del oso existente en uno de los basamentos del Pórtico de la Gloria, en Compostela. A uno de sus hijos Seoane le puso el nombre de Pelayo, como memoria de los trabajos que realizó en Covadonga. Sus cuatro hijos son muy famosos escultores y participaron en la restauración de más de 25 catedrales españolas.


Interior actual de la capilla de la Cueva.


Fue el 1 de enero de 1908 cuando se inauguró el servicio de tranvía a vapor entre Arriondas y el Re-Pelao (Rey Pelayo), al igual que ese año se inauguró el Hotel Pelayo, según los planos del arquitecto Federico Aparici, el mismo que se había hecho cargo de las obras de la basílica -bendecida e inaugurada en 1901-; bien es cierto que para la cripta se siguieron los planos de Roberto Frassinelli, pero las críticas y graves acusaciones, sumadas a los elevados gastos, el cambio de obispo y el hecho de que el “Alemán de Corao” no fuese arquitecto, apartaron al equipo anterior de la conclusión de la basílica (que no catedral). Entretanto, fallecía R. Frassinelli en 1887.

La Cueva tras el derribo del Camarín de Frassineli.

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