LUCIANO HEVIA

Táctica y estrategia

La política nacional está llena de estrategas que se mueven entre la genialidad y la idiocia

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Táctica y estrategia política

 

 

De guaje era muy aficionado al Stratego, un juego de mesa que disponía sobre el tablero piezas de distintos rangos militares con el objetivo de tomar la bandera rival, ganando quien lo conseguía primero. Simplificando mucho, la táctica más habitual consistía en colocar el estandarte en una esquina del tablero rodeada por dos o tres bombas que solo podían ser desactivadas por los minadores, pero a veces me entraban lo que yo creía eran ataques de genialidad (que no eran otra cosa que simple gilipollez y la antesala de una derrota segura) y plantaba la bandera en medio del tablero buscando el factor sorpresa. Sorpresas, pocas, pero la hostia que me solía llevar era monumental.

La política nacional está llena de estrategas que se mueven entre la genialidad y la idiocia, pero transitando más frecuentemente por este último lado. Véase, si no, a nuestro otrora insomne presidente en funciones, que convoca unas elecciones con el propósito de salir reforzado y laminar cualquier atisbo de alternativa y lo que logra es debilitar a sus potenciales socios, propulsar a la extrema derecha en detrimento de otra más moderada y fortalecer las opciones nacionalistas o directamente secesionistas, con el ridículo añadido de que, además, empeora sus propios resultados. Ya solo falta que sus gurús de cabecera le confeccionen un gorro con papel de periódico y podrá lucir por ahí cual Napoleón de opereta.

Y es que lo de los asesores de salarios estratosféricos tiene tela, con la infame moda del coaching y sus sucedáneos a mayor gloria de charlatanes de feria soltando homilías y tratando de vender sus gripadas motos. Improbable y querido lector, si alguno de estos individuos le ofrece sus servicios huyan de él como de la peste o, mejor aún, hagan como Goebbels cuando le mencionaban la palabra cultura: desenfunden la pistola, que ahora con el subidón del partido de extremo centro creo que todos podremos llevarla colgada al cinto.

Mención aparte merece el acuerdo exprés alcanzado por los Picapiedra en menos de 48 horas, después de tenernos mareando la perdiz seis meses y con la gracia no barata de una nueva convocatoria a las urnas y el coste añadido de 28 nuevos pirómanos de chifladuras y mentiras (o medias verdades, que lo mismo da) incendiarias con voz, voto y sueldo a cargo del erario público. Por lo menos podían haber hecho un poco el paripé y estirar algo más el chicle, aunque solo fuera por vergüenza torera y por evitarnos la dolorosa confirmación de que para este viaje a ninguna parte no se necesitaban ni tantas ni tan pesadas alforjas.

El gobierno saliente de todo este dislate, caso de haberlo, se presume débil y sostenido por un montón de acreedores extendiendo la mano y preguntando qué hay de lo mío, donde me parece que Asturias va a pintar entre poco y nada. Cuando Josep Pla visitó Nueva York en los años 50 del pasado siglo preguntó al ver los enormes e iluminados rascacielos: “Y todo esto, ¿quién lo paga?”. Les ahorro la respuesta, ¿verdad? Estrategas de los cojones.

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