Opinión

De la monotonía

Filosofía Pequeña

La vida les debería poner cachondos. No es suficiente con vagar y avanzar a buen ritmo. En ocasiones es necesario correr, en otras caer y quizá, vete tú a saber, de vez en cuando merece la pena quedarse un rato tumbado con la sonrisa en la boca; desde ahí, magullado, podrá paladear el regato de sangre que abona buen golpazo, esos que las madres reprenden y que a los abuelos hacen recordar travesuras pretéritas. La prudencia es buena, pero acaba por aburrir, y no estamos aquí, en este cenagal, para hartar, sino para jugárnosla. La alternativa, la oficial, ya nos la sabemos. Si en su quehacer no hay senderos por los que correr, no hay muros por los que escalar y no hay pistas por las que bailar, empalaga, que es otra manera de decir que su vida es un coñazo, o un cojonazo, como observa una compañera de gafas moradas.

Pero la vida no trata de verdades, de certezas ni de deberes, sino de la honestidad del que duda, de la lealtad del que cede y de la altura del que cobija

No sé ustedes, pero me empapa la sensación de una moderna modorra generalizada en nuestra vida en común. La existencia se ha convertido en nuda supervivencia, en una inercia que no nos tira, pero que tampoco nos alivia. Perdemos la alegría con mayor ahínco que recuperamos texturas y creo haber identificado a una culpable. Arriesgo que la filosofía es mayormente responsable de esta apatía extendida porque, en general, se toma a sí misma muy en serio, y esto podría resultar un grave error. No es tan serio nada de lo que trata, así que mejor nos vendría tomar distancia y cierta sorna. Tenía razón Platón cuando mentaba la justicia como equilibrio en el gobierno del cuerpo y acertaba Aristóteles cuando apostillaba que ese equilibrio era un justo medio entre los excesos. Cuánta verdad en los cargos que Agustín imputaba a las pasiones y cuánta certeza en el deber kantiano. Certezas, así es, la filosofía tiene certezas. Pocas veces ha tenido dudas y por eso se toma demasiado en serio. Pero la vida no trata de verdades, de certezas ni de deberes, sino de la honestidad del que duda, de la lealtad del que cede y de la altura del que cobija. En fin, la vida no ha de ser seria ni verdadera, sino divertida. Bien lo saben mis alumnos, que no titubean: la cuestión es bailar. Si no se pone usted regularmente cachondo, seguramente solo esté caminando… Prudente, aburrido, mohíno. Un filósofo de los malos, de los que parecen curas.

Durante la cuarentena pintamos cientos de arcoíris que colocábamos en las ventanas, pero olvidamos recuperar sus colores. Hemos caído en una monotonía que nos mantiene en marcha, pero apenas latiendo​

Ahora bien, ha habido una pandemia, hemos pasado miedo, algunos, desgraciadamente, han vivido amarguras. Sí, miedo. Y es legítimo acudir a las certezas que nos garantizan una larga marcha sin traspiés. Bailar, si acaso, lo dejamos para otro momento. Hemos sufrido demasiada tensión y alarma, y esto no se ha acabado. Las relaciones con los otros se mantienen mediadas por mascarillas, paneles y citas previas. Nos vamos relajando, es cierto, pero la sonrisa la seguimos transmitiendo con los ojos, que no con los labios. ¿Dónde se han quedado los besos? En esporádicos actos temerarios que más que complicidad acarrean desazón. ¿Qué fue de los conciertos? Se dan, se anuncian, y desembocan en extraños eventos donde beber y mover los hombros desde la silla. ¿Las sidras? Perdona, este es mi vaso.

Durante la cuarentena pintamos cientos de arcoíris que colocábamos en las ventanas, pero olvidamos recuperar sus colores. Hemos caído en una monotonía que nos mantiene en marcha, pero apenas latiendo. El ambiente ha orillado en plomizo, pluvio, aburrido… Deambulamos en un asfalto sin matices donde ni generamos ilusión ni gestamos alternativas. La filosofía más rancia está ganando. Prudente, sabia, previsora, correctora. No corra, no salga, no escale, no se arrejunte… ¿Bailar? Desde la silla y a dos metros. Sabemos adónde vamos, y no es divertido. Sabemos qué va a pasar, y no es sorprendente. Nada nos fascina porque todo está mediado, articulado bajo la pauta de la seguridad. Adquirimos certidumbres. Hemos abrazado la vida más sombría, la que no alberga confusión: es infalible. No cabe el acontecimiento que desgarre el muro de lo posible y sobrecoja. La precaución nos impide asomar a lo disparatado y descubrir lo asombroso porque suplicando por la larga marcha hemos apoquinado nuestro cavilar.

Monótono. Todos en fila. Espere su turno. Sea ordenado. Así es nuestro deambular. Y por eso no nos ponemos cachondos, y por eso nuestra vida deviene en un mero coñazo… O cojonazo, qué más da, si es solo de estas chorradas de las que nos permitimos pensar.