Opinión

De las reuniones

Filosofía Pequeña

No sabía muy bien cómo comenzar este artículo. Quizá «del tiempo perdido», quizá «de las horas muertas», quizá «del pozo de la agonía», quizá «del mátame con un ladrillo», quizá «de la vida que pasa», quizá «del qué hago yo aquí», quizá «del ¿realmente me pagan por esto?», quizá «de la zombificación», quizá «del ¿nadie se da cuenta?», quizá «del que las disfruta, menudo psicópata» o quizá «del sumidero de una vida».

La vida es lo que pasa cuando no estás reunido, diría el saber popular

Pues sí, aquí estoy, en una reunión. Es tan interesante, ya ustedes saben, que me he dedicado al tecleo. Años ha, cuando era todavía demasiado pipiolo y confiaba en la sabiduría del sistema, había decidido prestarles atención y cooperación, pero los veteranos me abrieron los ojos: sobrevive, hijo, que ante esto solo cabe una filosofía estoica. Efectivamente, me han reducido y ya ven cómo he coronado. Nada puedo hacer para acabar con estas agonías, así que lo que me queda es serpentear. Izquierda, derecha, requiebro, tecleo y a ver los minutos marchitar hasta que me abran la puerta. Como en toriles: ¿quién será el temerario que nos espere a puerta gayola tras una buena reunión? Tendrían que vernos salir. Alguno, con maldad, acertaría que huir.

Total, que mientras nos liberan, divago. Marx no pensaba en esto cuando hablaba de la alienación, pero a mí me lo recuerda mientras se llena el silencio con palabras ociosas. Ortega no se refería a esto cuando hablaba de la deshumanización, pero cada vez me recuerda más a una cadena de montaje. Auge no delimitaba esto cuando perfilaba los no-lugares, pero me siento fuera del aquí y del ahora. La vida es lo que pasa cuando no estás reunido, diría el saber popular. Con cierta pedantería y en otro lugar dijimos que éramos flujo, danza; sin embargo, aquí solo se perciben suspiros, lamentos y dejadez.

El sentido más ético de la humanidad se sacrifica en el altar de un santo burócrata disfrutón en varios impresos

Se trata de un no-lugar y un no-tiempo. Una burbuja donde llamativamente destaca el imperio de los números y de las gráficas. Se maneja mejor quien más fracciones lanza (como si una fracción fuese un concepto), quien con mayor fervor arrima un colorido queso porcentual (como si dijese algo sin el calor hermenéutico) y quien mejor esgrime unos obtusos coeficientes (como si ayudasen en algo). Es una burbuja donde el humano es traducido a trece por ciento del apartado 2b que mira qué barrita más maja al lado de las cuadrículas del formulario que has de rellenar. Porque hay que rellenar. De una reunión se suele salir con unos pocos de papeles que al principio, seamos sinceros, aguardabas. Ahora los llevas con desánimo, claro que sí, porque esperabas zafarte de ellos y jode ver tus temores confirmados. A estas alturas ya lo sabes: no se hacen prisioneros en las reuniones, solo gente agotada.

El sentido más ético de la humanidad se sacrifica en el altar de un santo burócrata disfrutón en varios impresos. La máxima cristiana que anuncia el valle de lágrimas se convalida alrededor de una mesa con una lozana proyección de diapositivas. Así es, algunos penarán con gozo el dolor del cilicio por un deber bien cumplido. Sangran, es cierto, pero qué bien han exudado, joder. Alguno incluso disfrutará al dar un par de vueltas a la correa para que las púas no solo cepillen, sino que remachen, y lo hará agitando con severidad un papelín; en el fondo, alguna orden superior hay por ahí que rectamente interpretada duele más. Ahora bien, los helenos sabemos del incordio de estas cinemáticas en las que no hay espacio para la creatividad ni la libre voluntad ni el justo juicio; conocemos su inutilidad y fatigamos su carga, pero de ello pende nuestra minuta, estúpido. Montados sobre el sereno caballo estoico barruntamos la buena nueva, que no es la de un cura, sino la de lo inevitable: un poquito más allí, a lo lejos, la vida espera.