Opinión

De lo que se acerca

Filosofía Pequeña

Con el arte nos pasa algo parecido a con el tiempo: mientras no se nos pregunta, lo tenemos claro, pero una vez que se nos apremia a una definición, tropezamos. No toca ahora el tropiezo, sino el asombro y la verdad. La verdad de los lazos anudados que no siempre se aprecian en una primera —o segunda— visualización, sino en la distancia que las conversaciones van dando.

La actriz y bailarina Sonoya Mizuno se contonea en el videoclip que ya una vez hemos comentado, Wide Open, de The Chemical Brothers. Volvamos de nuevo a mirarlo con ojo analítico, de cirujano, de acosador, de enamorado, de celoso, de hambriento, de salido, de inflamado y de tontito. Recuerden: al ritmo de una sedosa melodía que machaconamente repite «estoy abierto de par en par / ¿Pero ya no te agrado? / Te estás escapando de mí / Te estás alejando de mí», examinamos aturdidos que el cuerpo torna en malla danzante. Admirados como ella, o quizá temerosos, asustados o inquietos, lo mismo da, porque la clave está en su inevitabilidad. Llega, adviene, se presenta y no queda sino aceptarlo. La malla, claro, es metálica, y lo metálico remite a lo mecánico. Máquina. Sonoya Mizuno adviene en máquina. Deshumanizada, solo queda de ella su danza. Ella es danza. Y aquí lo habíamos dejado.

Nuestros alumnos no han estado en lo humano sino a la fuerza, usurpados de sus conectores y ansiando huir a lo digital. Bien lo saben los padres cuando amenazan con quitarles el dispositivo. Lo desean. Ya no saben vivir sin él pues es el catalizador de su comunidad.

Precisamente ahora me encuentro en un aula aguardando y guardando. A falta del profesor, bueno es un sustituto que mantenga a la tropa tranquila… y no son muchos los alumnos presentes —estamos a final de curso y está todo vendido—, pero su comportamiento es significativo. De los nueve que se arrejuntan alrededor de unos pupitres, ocho están desaparecidos entre interfaces. La novena ojea una novela. Apenas hablan. Alguna risa. Un «mira mira» y poco más. Siquiera incordian. Mejor estaban en la playa, pienso, pero no me dejan decírselo y de todos modos tendría que informarles de mis sugerencias vía mail.

Sonoya Mizuno se conmueve al contemplar lo que se aleja de ella, que es su humanidad, y se sobrecoge al examinar lo que se acerca, que es la tecnología. No será nunca más humana, sino algo más allá de lo humano, tornará transhumana. Entretanto, ella se esfuerza en su balanceo que no depende de la fuerza de su corazón a rojo sangre latiente, sino al contrario, su corazón se sostiene porque danza. Si se detuviese, ella desaparecería, perdería incluso el pulsar que se busca al final de la pieza. Mis alumnos danzan, pero no los veo. No estoy en su sala virtual ni comparto sus enlaces. Literalmente, los tengo delante y no sé dónde están; presiento que lejos, a varias generaciones de mí.

Lo que se acerca es lo que más lejos nos va a quedar. La danza de estos jóvenes no será tras el matu o en la penumbra de un parque, sino a cientos de bits de distancia. Sus relaciones se encauzarán sobre redes digitales, sus éxitos y sus derrotas no serán al olor del sudor y el amor se enviará en formato mp3. Sonoya Mizuno fociquea su reflejo en el espejo cuando ya casi nada queda de su pellejo y se acepta, quiero pensar que se tolera en el cambio. Ella ha estado a ambos lados y consiente en lo que toca. Nuestros alumnos no han estado en lo humano sino a la fuerza, usurpados de sus conectores y ansiando huir a lo digital. Bien lo saben los padres cuando amenazan con quitarles el dispositivo. Lo desean. Ya no saben vivir sin él pues es el catalizador de su comunidad. Aislarlos de la interfaz es tanto como arrojarlos al no-ser, a la ignominia, a la soledad. ¿Desde cuándo lo humano ha sido tan solitario? Dice la canción: «estoy abierto de par en par / ¿Pero ya no te agrado? / Te estás escapando de mí / Te estás alejando de mí». Así es, la única forma de seguirte es abandonando mi humanidad, parece decirse Sonoya Mizuno. De ahí la malla, de ahí su consentimiento, de ahí lo que se aleja y lo que se acerca.

Levanto los ojos y observo una vez más. Una nueva alumna ha llegado. No le hace falta decir nada. No estaba ausente, estaba con el resto de compañeros en algún lugar más allá de los sólidos y con ellos permanece. La que leía ya ha dejado su libro y teclea algo en su dispositivo. Otro se ve impelido por lo que queda de su humanidad, residuos biológicos que incordian lo que de verdad le importa: ha de ir al baño. A este dibujo hemos de añadir al profesor que se sorprende de unos alumnos ausentes en dispositivos inteligentes mientras teclea en una pantalla. Efectivamente, es inevitable.