Opinión

De lo que se aleja

 Filosofía Pequeña

Ha llegado a mi interfaz el videoclip del grupo inglés The chemical brothers, Wide open. En él, acompañando la melodía y la letra de una muy buena canción, vemos con una fuerza desgarradora a Sonoya Mizuno, actriz que ha participado en producciones de primera línea como la intrigante película Ex Machina y la soberbia serie Devs, ambas dirigidas por el director que con mayor descaro está horadando la ciencia ficción, Alex Garland. Bien, sea como fuere, la cuestión es que no deja de atraerme, no tanto la canción como el vídeo, y a escasos minutos distraídos que caen en mi día a día tiendo a insistir en su visualización.

Los miembros de Sonoya Mizuno se van transformando en una malla metálica que no frena su contoneo

Es una pieza tan básica que su complejidad me resulta insultante. Ella, con su moño minuciosamente mal colocado, una camiseta deliberadamente ramplona y pálida, y unas piernas tan largas como punzante es su primera mirada, gasta cinco minutos de metraje en bailar dentro de una nave industrial dosificadamente sucia e iluminada. La canción es también tan simple en su lírica como compleja en su ejecución. Repite machaconamente «Estoy abierto de par en par / ¿Pero ya no te agrado? / Te estás escapando de mí / Te estás alejando de mí». Ahí es donde la danza cobra todo su espesor y la fuerza que transmite Sonoya Mizuno mejora la composición. Todo el metraje se realiza sin cortes, en toma única, como si fuésemos observadores omniscientes, invisibles a ratos, confidentes a otros, sangrados por el dolor que emerge a cada movimiento y que ella comparte con nosotros a cadencia silenciosa, pero terriblemente expresiva. Música, letra y danza, y ahora añadimos el ordenador. Los miembros de Sonoya Mizuno se van transformando en una malla metálica que no frena su contoneo. Primero su pierna, después su brazo, su torso es también orillado en una rejilla que deja a la vista un corazón rojo latiente y sano. Se extiende el efecto mientras se repite un «You're slipping away from me» en varios formatos: «You’re drifting away from me», «It's getting away from me». Entre medias se oye un «I'm wide open», «estoy abierto de par en par». Ella se escapa, se va, o se va algo de ella que se le escapa. No lo llora, sino que lo añora. Pelea por una punzada que se va clavando conforme se repite una y otra vez el «You're slipping away from me». Zarandeada por su transformación física, que no deja de ser mental, rueda melódicamente y nos deja ver una vez más su corazón, pero a estas alturas ya no importa mucho. De alguna manera, se deshumaniza. No queda de ella sino su rostro, ahora cansado, concentrado, angustiado. No más humana porque aquello ya ha ido demasiado lejos. Sin aquello, ella no es. Pero baila porque expresa, porque lucha y porque en su llamada de auxilio sostiene su condición humana. No ríe ni es una niña, pero baila. Ahí aflora su humanidad.

Algo queda que no es alma, que no es dolor, que no es rostro, sino que es el mismo baile. Lo más profundo, entonces, no es siquiera la piel, como decía Valery, sino el fluir

Queda lo prohibido, el rostro que acepta no solo aquello en lo que va orillando su cuerpo, sino aquello en lo que penarán sus facciones. ¿También se tornará en metal? Se abalanza con medida torpeza hacia un espejo apoyado sobre el muro de carga en lo que resulta el mejor momento del montaje. Ella se mira fijamente. ¿Qué es? ¿Por qué duele tanto? ¿Qué queda? ¿Qué soy? La cámara se desliza a su espalda, pero sorprendentemente, en uno de los malabarismos más complicados para cualquier realización, el de los espejos, no vemos la cámara, sino a ella misma desdoblada. Ella caminando y observándose a sí misma con serenidad. Se examina. Nosotros, los espectadores, éramos ella desde el principio. Ella era hablando consigo misma. Ella era autoanalizándose. Ella era cotejando su dolor. Ella era aprendiendo a vivir con su soledad. Ella era descubriendo lo alejada que se encuentra ya de la fuente de calor. Tal ha sido el golpe que ha sufrido que no se reconoce o, mejor aún, se estudia concienzudamente para darse la bienvenida. Entretanto, su rostro es ya metálico. Se nos ha escapado, pero ella ya no es ella, es otra cosa que sigue bailando. Algo queda que no es alma, que no es dolor, que no es rostro, sino que es el mismo baile. Lo más profundo, entonces, no es siquiera la piel, como decía Valery, sino el fluir. Somos flujo en relación con otros flujos que se miran, que chocan, que se mezclan y que, como en este caso, a veces se alejan dejándonos sedientos, pequeños, estériles. Sin embargo, se mantiene erguida, en movimiento, es decir, viva. ¿Viva? Quiero pensar que sí, que cuando finalmente se detiene no lo hace porque desfallezca, sino porque se sorprende al encontrar un pulso que no se esperaba. Desconcertada, detiene su doloroso contoneo al descubrir un latir donde ya no quedan siquiera venas. Se acaba la música, entra el silencio, se agota el dolor. ¿Qué queda? Queda todo, queda crear desde lo más profundo: desde una nueva danza. Sí, definitivamente somos danza.