Opinión

De los líderes

Filosofía Pequeña

Yo he visto a pequeños hombres cargar con poder, y fracasar. Yo he visto a miserables hombres agarrar el mando y penar su miseria. Yo he visto a desgraciados ejercer su bajeza desde la altura de su cargo. He visto su mano tibia y falta de vigor henchida por las potestades de un título. He visto cómo arbitran su imperio sin la guía de la justicia y del decoro, siquiera de la cortesía. He visto cómo disfrutan de su asimetría para con el resto y saborean su ventaja. He visto la lástima de la autoridad maltrecha en los balbuceos mentirosos de exiguos líderes, porque ser un líder dichoso es muy difícil.

Hannah Arendt lo achacó a una suerte de inconsciencia, de un no sabía, yo no era, qué sé yo, solo soy un mandado que ha enviado a miles de judíos a Auschwitz

Pequeños hombres en pequeños cargos. Pequeños hombres en pequeñas plazas desde las que supurar su ruindad. ¿Por qué lo consentimos? Porque tienen razón. Hay un procedimiento, hay un papeleo y hay una autoridad ignota que se lo manda. Son pequeños, pero se creen tocados por un superior. Solo cumplen con su deber. Pequeñas banalidades del mal. Se antojan diminutos, ¡qué demonios! Casi diríamos que son micro-bellacos, pues siquiera pueden adeudar la valentía del mal. Obrar con maldad de grado supone la conciencia del acto. Ellos no soportarían esa conciencia, son míseros. Lo achacan al formulario B-333, a la administración, al superior que por ahí pulula en rincones que solo ellos conocen, ya sea a golpe de teléfono, ya sea a rodilleras semanales. Su refugio es la impotencia del «me gustaría, pero ¡ay! Qué lástima». Qué ridículos resultan cuando caminan con el jefe, cuánta genuflexión.

Hannah Arendt lo achacó a una suerte de inconsciencia, de un no sabía, yo no era, qué sé yo, solo soy un mandado que ha enviado a miles de judíos a Auschwitz, a mí qué me cuentas, habla con el de arriba, colega. Pero quizá podamos añadir al canalla que encuentra pujanza untado en la grasa de un sistema que crea comadrejas. Si soy chico, quién sabe, quizá encuentre zancos en mi puestín, y desde ahí veréis qué alargada es mi sombra y qué difícil voy a hacerlos vuestra vida: tan solo voy a aplicar el protocolo. ¿No ves que hay una línea del boletín que no te permite tamaño exceso? Vuelva usted mañana y con la cabeza gacha, que nunca me ha gustado mirar hacia arriba.

Estos gloriosos hombres saben que no tienen razón, que hay un procedimiento, hay un papeleo y hay una autoridad ignota que se lo manda

Yo he visto a grandes hombres cargar con poder, y triunfar. Yo he visto a gloriosos hombres agarrar el mando y aumentar su brillo. Yo he visto a desgraciados ejercer su grandeza desde el dominio de su cargo. He visto su mano vigorosa temblar antes de tomar una decisión, no por lo que pudiera pasarles a ellos, sino porque no soportan fallar a sus compañeros. He visto cómo arbitran su imperio con la guía de la justicia, pero sobre todo con la del cariño. Cariño a su labor, a su cargo y a los que de su voz dependen. He visto cómo disfrutan de su asimetría porque con ella pueden hacer más fácil la vida a sus semejantes y saborean cada sonrisa y cada agradecimiento ajeno, aunque sea a su costa y a su costado ya ajado. He visto el carisma que emana del líder que recibe con gusto un golpe del jefe para aliviar la carga de sus trabajadores.

Grandes hombres en pequeños cargos. Grandes hombres en pequeñas plazas desde las que procurar cobijo a unos pocos, porque no se trata esto de salvar el mundo, sino de salvarnos unos pocos, los que estamos cerca, y así, poco a poco, quién sabe, yo no, pero vete tú a saber, igual, solo igual, vamos alcanzando a nuevos camaradas con los que escalar la vida. Estos gloriosos hombres saben que no tienen razón, que hay un procedimiento, hay un papeleo y hay una autoridad ignota que se lo manda. Son grandes, y lo son porque saben que no están tocados por un superior, que son uno más, un primus inter pares temporal. Y durante ese tiempo se deben no a su estatura, sino al hospedaje que puedan procurar. Sin la razón, culebrearán para saltar sobre procedimiento, para aparcar el papeleo y para fintar a la autoridad, y lo harán porque, como Antígona, saben que antes que una reunión, un formulario y unas líneas del BOA, está la virtud del hombre gentil, cortés y, en fin, generoso.

Yo he visto a estos grandes hombres y me asombro por cuán difícil es resistir el empuje de los hombres pequeños. Yo he visto a estos grandes hombres sosteniendo, como gloriosos Atlas, la bóveda que nos separa de los infames acomplejados. Yo los he visto, y no sé si podría brillar como ellos. Consciente de ello, me manejo en mínimos: procuro alejarme de los zancudos, acudir al calor de los virtuosos y cobijar a los míos. Desde tan simple máxima quizá se pueda empezar a construir una ética y, quién sabe, también una comunidad.