Como ya comenté en este semanario en alguno de los seis artículos titulados “Reseñas de Covadonga” publicados en 2018, fueron notorios algunos enfrentamientos entre gobernadores y obispos por temas relacionados con Covadonga, incluso con amenaza de excomunión en 1674 para el gobernador de Asturias -el primer Marqués de Camposagrado- por parte del obispo de Oviedo -Alonso A. de San Martín- (hijo natural, no legítimo, del rey Felipe IV).
Además, la Mitra ovetense intentó imponerse a la Corona por la jurisdicción del santuario, quebrando seriamente la colaboración entre ambas instituciones en los siglos XVII y XVIII.
Detengámonos hoy en un desencuentro muy sonado entre el poder político y el eclesiástico, tal vez en el día más solemne de toda la historia del santuario como lo fue el de la consagración, dedicación e inauguración de la basílica de Covadonga, ahora hace 123 años.
Ni el gobernador civil de Oviedo ni el alcalde de Cangas de Onís cedieron ante las exigencias del obispo, e impusieron su criterio, de forma que los pequeños bares permanecieron abiertos aquellos tres días.
El obispo Fray Ramón Martínez Vigil preparó un programa amplísimo para llevar a cabo durante tres días consecutivos: el de la consagración de la basílica, el de la Natividad de la Virgen y el de la festividad propia de la Virgen de Covadonga, desde el sábado día 7 hasta el lunes, día 9 de septiembre de 1901.
El obispo avisó previamente que nada profano debería tener cabida en Covadonga en esas fechas y concretamente hizo saber que: «No habrá fuegos pirotécnicos, ni se permitirán en el sitio de Covadonga, desde el río hasta el campo del cementerio, bailes, danzas, músicas, cantos profanos, ni puestos de comestibles y bebidas».
Consideraba que aquella especie de tabernas portátiles (muy humildes y con un pequeño toldo cada una) eran contrarias al recogimiento y la devoción del lugar en unas fechas históricas como aquellas.
A la cabeza de la numerosa representación eclesiástica estuvieron cinco obispos -cuatro de ellos nacidos en Asturias-, pero ningún representante político acudió a la consagración de la basílica.
Ni el gobernador civil de Oviedo ni el alcalde de Cangas de Onís cedieron ante las exigencias del obispo, e impusieron su criterio, de forma que los pequeños bares permanecieron abiertos aquellos tres días.
El Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Oviedo del año 1901 recogió con todo detalle lo acontecido esos días. También la prensa se hizo eco y calificó aquellas jornadas de septiembre como históricas e imborrables.
Es evidente que al obispo de Oviedo no le habían salido todas las cosas como esperaba, ni siquiera había acudido al acto alguien de la Familia Real, la cual se encontraba en sus vacaciones de verano en San Sebastián, siendo representada en Covadonga por el conde de Toreno.
Fray Ramón dejó escrito en su diario que había agotado 17 años de su vida en la construcción del nuevo templo, y lamentaba que el gobernador de Oviedo (José Sanmartín Herrero) hubiese faltado a su palabra autorizando los puestos de bebidas y las “profanaciones” consiguientes frente a la Santa Cueva. «No autorizaré más con mi presencia semejante orgía, impropia de aquel lugar. Bendito el Señor que me puso este acíbar en la fiesta que yo había soñado como la más dulce de mi vida», escribió el obispo.
En uno de sus libros sobre la biografía de Fray Ramón, el monje dominico José Barrado Barquilla se pregunta qué querría decir el obispo con estas palabras de profanación, orgía o acíbar y por qué le sentaron tan mal los pequeños puestos de comida, bebidas o los bailes en aquella fiesta que también era una romería.
Se pregunta también cómo no comprendería que una fiesta religiosa como aquella era inseparable de aspectos profanos, algo que el obispo debería conocer bien al haber pasado antes 12 años en Filipinas.
Unos aplaudían la postura del obispo de no permitir “jolgorios” y actos impropios en el recinto del santuario, pero no «el alcalde de Cangas de Onís, el cual -apoyado por el gobernador de Oviedo- sostuvo bravamente lo que él llamaba derecho de los taberneros a ´profanar´ con sus puestos de bebidas el lugar santo», según dejó escrito el sobrino del obispo y también sacerdote, el lavianés Maximiliano Arboleya Martínez -director de el diario “El Carbayón” en 1901- recordando que estaba en el poder el Partido Liberal.
Debo añadir que José María Pendás Cortés era el alcalde de Cangas de Onís en aquel momento y que apenas 11 meses después (el 2 de agosto de 1902) volveremos a encontrar a este intrépido alcalde cangués en el Campo de la Jura (o de las Varas), en Soto de Cangas, agasajando al adolescente de 16 años D. Alfonso XIII -que había jurado como Rey dos meses y medio antes- el cual acudió en visita oficial al Real Sitio de Covadonga acompañado por el Presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Mateo-Sagasta.
Fue en ese momento cuando el alcalde Pendás Cortés pronunció con animoso coraje las palabras: «Señor, ponéis los pies en el mismo sitio que los puso Pelayo, en donde éste juró como Rey, en donde tuvo principio la Monarquía española que tan gloriosamente sostiene y representa Vuestra Majestad».