Opinión

A mi amigo Roberto

“No conozco más que un deber y es el de amar”, Albert Camus

Decía Ana María Matute que “nunca hubiera podido imaginar que una ausencia ocupara tanto espacio, mucho más que cualquier presencia”, pero transcurrido ya un cuarto de siglo solo cabe asentir. Y aunque el tango se empeñe en que 20 años no son nada, todos sabemos que es mucho tiempo y si le añadimos un lustro adicional, ni os cuento. Para nuestra generación, los nacidos en 1975, más de media vida.

¿Cuántas cosas habremos dejado de hacer juntos? ¿A qué te dedicarías? ¿Tendrías hijos, como otros amigos comunes? ¿Estarías casado? ¿Separado? ¿Divorciado? ¿Amancebado? ¿Vivirías en Asturias o fuera? ¿Más gordo?

roberto-columna-luciano

45 años de vida (bueno, 46 recién cumplidos) y 25 de dolorosa ausencia. Asusta pensarlo. Como leí alguna vez: “Los 40 ya no son los 20: el doble de esfuerzo y la mitad de recompensa”. Y bien cierto es, porque visto ahora asombra la de cosas chulas que nos dio tiempo a hacer: conocernos de niños, separarnos debido a un cambio de residencia tuyo, volver a coincidir y forjar una amistad que ya nunca se rompería, compartir aula y mesa varios cursos (lo de estudiar, mejor lo dejamos correr), salir de juerga, pirar clase en el instituto para ir a jugar a las máquinas de petacos (pinball creo que dicen los cosmopolitas), frecuentar conciertos, romerías y verbenas, abandonar el domicilio familiar para compartir no solo casa, sino también habitación, montar timbas hasta la madrugada (solías perder, todo hay que decirlo), intercambiar confidencias que acababan no siendo tales porque al día siguiente las sabía todo Dios (nunca fue la discreción nuestro punto fuerte)… Tantas cosas, tantas vivencias, tantas experiencias. Todas agradables, todas buenas, todas bonitas. No podía ser de otra manera contigo: generoso, bonachón, un punto inocente a veces, risueño (¡ay, esa risa tan peculiar!)… Mi único reproche, dejando aparte la envidia que me daba tu capacidad para sobresalir en cualquier deporte frente a mi proverbial inutilidad desmañada, es no haberme podido despedir de ti. Pero, como dice Bryce Echenique: “A los amigos hay que perdonarles todo, aunque joda”.

25 años ya, ¡qué vértigo! ¿Cuántas cosas habremos dejado de hacer juntos? ¿A qué te dedicarías? ¿Tendrías hijos, como otros amigos comunes? ¿Estarías casado? ¿Separado? ¿Divorciado? ¿Amancebado? ¿Vivirías en Asturias o fuera? ¿Más gordo? ¿Serías un calvo atractivo y resultón como yo? Supongo, como me pasa con otra mucha gente a la que quiero, que nos veríamos menos de lo deseable, pero seguro que lo pasaríamos genial cuando la ocasión lo propiciara.

Buff, 25 años, tío. 25 años añorándote, evocándote y, a veces, hasta invocándote. Omito adrede el término recuerdo, porque, parafraseando a Bunbury, jamás te recordamos, porque nunca te olvidamos. Pero echarte de menos, sí. Mucho. Todos los días. No te imaginas cuanto, amigo.