Opinión

Más cine y menos villarejos

Por mucho que haya triunfado entre analistas políticos, tertulianos y demás ralea el uso de términos como estado fallido o república bananera para referirse a aquellos países en los que impera la inestabilidad, la ineficacia y la corrupción campa a sus anchas, pocos de mis improbables lectores recurrirían a ninguna de estas fórmulas para describir una nación tan consolidada como España, aunque créanme si les digo que a veces dudo de nuestra condición. Y no lo hago tanto por las pulsiones secesionistas de algunos territorios, ni por la lacra del terrorismo que durante tantas décadas nos asoló ni siquiera por nuestra curiosa relación con un pasado reciente bastante ignominioso que algunos se empeñan en edulcorar y ensalzar. Casi todo ello, en mayor o menor medida, encuentra correlatos de similar jaez en fronteras vecinas.

Lo que me supera es que semejante patán haya alcanzado tales cotas de poder con los sucesivos gobiernos de PSOE y PP, lo que creo dice muy poco de nosotros como país y mucho (y malo) de los filtros que nuestra Administración usa para detectar la excelencia profesional y premiar los méritos

La causa de mi desazón es una atrabiliaria galería de esperpénticos personajes de neta raigambre hispánica que tienen la curiosa capacidad de sacar de quicio a una persona tan poco dada a la destemplanza como el que suscribe. Ver al tal Villarejo en los papeles o en la tele y subirme la bilirrubina es todo uno, pero no por las delictivas andanzas de tan siniestro individuo, las altas magistraturas con las que se codeó o la constatación de que la mierda que anida en nuestras cloacas institucionales tiene solera. Con todo eso ya contaba. Lo que me supera es que semejante patán haya alcanzado tales cotas de poder con los sucesivos gobiernos de PSOE y PP, lo que creo dice muy poco de nosotros como país y mucho (y malo) de los filtros que nuestra Administración usa para detectar la excelencia profesional y premiar los méritos.

Habrá quien esgrimiendo un garantismo digno de encomio apele a la presunción de inocencia, basamento de cualquier democracia que se precie, como cortafuegos ante conclusiones precipitadas, aunque no creo que la detección de indeseables requiera de sentencias judiciales firmes, como demuestran casos bien recientes. La ausencia de rectitud en el ejercicio de determinadas funciones no acarrea necesariamente responsabilidades penales, pero acostumbra a ser muy clarificadora.

Llámenme frívolo o prosaico, pero alguien que creció con las pelis de Bond y Fu Manchú, espera que los villanos que esquilmen nuestra credibilidad patria y nuestras arcas tengan al menos algo de glamour, avergonzándonos por sus actos y no por la zafiedad, cutredad u ordinariez esgrimida en las grabaciones, más propia, supongo que será nuestro sino, de parodias como Anacleto, Mortadelo y Filemón o Torrente que de un Doctor No, un Stavro Blofeld, un Auric Goldfinger, un Francisco Scaramanga o un Le Chiffre. Pero no me hagan mucho caso: yo, como mis añorados Aute y Miguel Aramburu, también pido perdón por confundir el cine con la realidad.