Opinión

Vuelva cuando quiera, Majestad

Por esos sinuosos meandros que traza el río de la memoria, uno de los pocos recuerdos de mi etapa estudiantil (es un decir) tiene que ver con los debates acerca de la accidentalidad de las formas de gobierno que alcanzaron su apogeo en el primer tercio del siglo XX. Bajo tan rimbombante nombre, algunos de los más prestigiosos intelectuales de la época apostaron por profundizar en valores democráticos independientemente de que ello se produjera bajo un régimen coronado o bajo una república. Podría ponerme estupendo afirmando que yo también me sumo gustoso a esta corriente de pensamiento, pero como ya habrán adivinado de intelectual no tengo nada y de monárquico aún menos. Y los únicos debates en los que participo gustosamente son aquellos en los que se dirime si es preferible un 4-4-2 con Valverde reforzando la medular o un 4-3-3 con Rodrygo en punta.

Pero esto es España y aquí llevamos más de 300 años soportando a los Borbones (y adláteres), algunos de los cuales baten récords de ignominias y felonías​

Soy más bien tirando a jacobino en versión san-culotte y de los que cree que una parte no desdeñable del progreso europeo de los últimos dos siglos se debe a la invención y aplicación de ese artilugio llamado guillotina, aun resultando indefendible una buena parte de su abusivo uso. Menudo rollo estoy soltando para decir que soy republicano y que jamás aceptaré que una jefatura del Estado deba traspasarse hereditariamente, lo que no implica una sacralización acrítica del sistema republicano per se: en un (espero que) improbable trance de mudanza al extranjero no dudaría en elegir el muy monárquico reino de Noruega en detrimento de, por ejemplo, la muy republicana Burkina Faso.

Pero esto es España y aquí llevamos más de 300 años soportando a los Borbones (y adláteres), algunos de los cuales baten récords de ignominias y felonías, con los desastrosos Fernando VII y Alfonso XIII a la cabeza. La muerte de Franco y posterior restauración democrática parecía haber logrado meterlos en vereda, lo que unido a algunos indudables aciertos de Juan Carlos I y al silencio e inacción de una obsequiosa prensa abdicante de su función principal hicieron el resto, permitiéndole disfrutar de un relativamente exitoso reinado en su parte inicial y vivir de las rentas propiciadas por su proverbial campechanía y su convenientemente amplificado papel en el 23-F (omitiendo los aspectos menos claros del asunto). Pero la cabra siempre tira al monte y ya Talleyrand nos lo advertía a finales del siglo XVIII: “Es costumbre real el robar, pero los Borbones exageran”.

Como habrán intuido, mi columna está motivada por la reciente (y efímera) visita del Emérito, tan capaz de levantar ampollas en la izquierda (es un decir) gobernante como de hacer brotar al súbdito que muchos llevan dentro. Llámenme raro, pero no comparto ninguna de las dos posturas: lo de palmero no me ha ido nunca y desplazarme a jalear a un anciano que se monta en un jet privado para participar en una regata como que no me hace mucho tilín; y tampoco acudir a manifestarme en su contra por un elemental sentido del interés personal: unas cuantas visitas como esta y la anhelada república de muchos estará un poco más cerca. Así que: ¡Vuelva cuando quiera, Majestad!