Opinión

Justos y pecadores

Vaya de antemano que ya sé que me van a calificar de edadismo, o lo que es lo mismo discriminación de las personas por la edad, o algo parecido, pero esta vez lo voy a llevar bien porque mis 54 tacos me permiten una cierta distancia hacia todas las memeces que se escuchan.

Este virus que ha puesto la tierra patas arriba nos ha vuelto aún más puritanos, menos eficaces y sobremanera mucho más imbéciles, que ya era difícil.

Pero resulta lo que resulta, que vacunar a los que no salen a la calle ni para ir a la escuela, ni para trabajar ni para nada que no sea comprar el pan y pasear al perru estará muy bien, pero nos deja un regustín raru, como de algo que no funciona como debiera.

Estoy leyendo las estadísticas en el periódico sobre la influencia del virus en el departamento 93 de Francia. Pobre, superpoblado, lleno de jóvenes, hijos y nietos de emigrados procedentes en su mayoría de África. Allí los hospitales desbordan porque como hay mucho rapaz no han vacunado a casi nadie, porque como son obreros no pueden teletrabajar, porque viven amontonados en pisos pequeños, porque se pasan el día en las colas del paro, o en las colas de las asociaciones caritativas. Para ellos no hay guarderías, ni escuela a distancia porque en esas familias no hay ordenadores, ni conocimientos, ni tiempo. Y porque morirse de Covid es una posibilidad como cualquier otra de palmar a diario.

Como la tasa de accidentes fortuitos y provocados es muy alta -que los problemas se desplazan en escuadrón- un médico nos cuenta que él ya anda escogiendo a quien librar de la muerte, que entre un vieyu de 80 con Covid y un rapaz de 20 con traumatismos graves, su criterio de selección es la esperanza de vida, o sea la selección natural y a tomar por el saco.

Y todo Cristo llevándose las manos a la cabeza.

Este virus que ha quitado la vida a muchos mayores, les ha probablemente destrozado la suya a muchos jóvenes que vivirán sin elección el mundo que les toque.

Pero resulta lo que resulta, que vacunar a los que no salen a la calle ni para ir a la escuela, ni para trabajar ni para nada que no sea comprar el pan y pasear al perru estará muy bien, pero nos deja un regustín raru, como de algo que no funciona como debiera. Como si no supiéramos todos que detrás de la decisión hay oportunismo e incluso clientelismo político, para ganar las elecciones, para maquillar la falta de inversiones en hospitales y asilos, y para otros pecados aún menos confesables.

Yo soy la primera que critico fiestas y concentraciones de juventud, pero nadie en su sano juicio me podrá decir que la percepción de un año a los 20 años es la misma que la de un año a los 40.

Los años que van entre los 15 y los 25 no se recuperan jamás cuando se pierden. Sin embargo, a partir de los 40, con un poco de suerte la vida no te da sorpresas o rezas para que no te dé ninguna desagradable.

La adolescencia y la juventud es un periodo corto de despreocupación, de planes, de posibilidades, de riesgo, de aprendizaje para preparar el futuro. Y a partir de una cierta edad la vida se rige por la prudencia y el conformismo, con una sucesión de días todos iguales, con sus rutinas, con sus ocasiones perdidas o abandonadas y sus decisiones sin vuelta atrás.

Este virus que ha quitado la vida a muchos mayores, les ha probablemente destrozado la suya a muchos jóvenes que vivirán sin elección el mundo que les toque. Por eso, aunque no haya ninguna decisión política buena, mucho me temo que las adoptadas hasta ahora van a tener las peores consecuencias a medio y largo plazo.

Yo no lo veré (ni falta), por aquello de los 54 inviernos que ya arrastro encima de la chepa…