Opinión

El feminismo gagá

Cuenta el imaginario popular que las personas, a medida que cumplimos años, vamos deteriorando las neuronas y perdiendo capacidad de memoria y de aprehensión de la realidad. En ocasiones, los afectados por esta situación llegan hasta la demencia senil o el mal de Alzheimer pero, en otras, se limitan a demostrar que uno está volviéndose muy viejo y que se convierte en un ciudadano gagá.

Eso me parece a mí que sucede con determinado tipo de feminismo que encarna perfectamente la que fuera consejera de Cultura del Gobierno asturiano con Antonio Trevín y miembro del Consejo de Estado hasta que, recientemente, fue destituida, hasta el punto de que muchos hombres y mujeres progresistas piensan que la filósofa asturiana ha perdido el norte y se ha dejado arrastrar por la mayor enemiga de los seres racionales: la incongruencia más absoluta.

En un ataque de pánico patológico, la destacada feminista asturiana ha echado por la borda toda su trayectoria porque está en contra del Ministerio de Igualdad y, sobre todo, por la persona que lo encabeza, Irene Montero, de la que habla auténticamente mal porque cree que la ley trans es una barbaridad. Y se ha dejado llevar por lo contrario de lo que define a una persona con la cabeza muy bien amueblada.

Amelia Valcárcel es considerada una feminista clásica (¿o habrá que decir mejor clasista?)

Es legítimo estar en contra de la ley trans, si bien hacer caso omiso de la circunstancia de que existan muchas personas que se identifican con ese calificativo parece poco acertado, pero lo que es un despropósito es echarse en brazos de la derecha más antifeminista del mundo por una cuestión de resentimiento personal. El aplauso de Amelia Valcárcel a Alberto Núñez Feijoo, quien representa lo más reaccionario en materia de políticas de mujer y que ha permitido un pacto entre su partido y Vox para desandar el camino en materia de violencia de género, es no solo un brindis al sol sino la prueba del nueve de que también al feminismo ha llegado la pérdida de neuronas.

El síndrome del príncipe destronado no solo se produce en casos de tiernos infantes caprichosos también en mujeres que fueron símbolo de una determinada lucha pero que no saben adaptarse a la llegada de las nuevas generaciones.

Amelia Valcárcel es considerada una feminista clásica (¿o habrá que decir mejor clasista?) que en su recorrido ha sido beligerante con las mujeres que se dedican libremente a la prostitución y contra muchas de las libertades sexuales de las mujeres. Los que hemos seguido su trayectoria a través de sus artículo en El País hace ya años no entendíamos por qué arremetía contra las mujeres de Hetaira, que, obviamente son antiabolicionistas de la prostitución y era más tolerante con otros trabajos tan humillantes para la mujer como el servicio doméstico. Si todo es vender el cuerpo para ganarse la vida por qué unas cosas sí y otras no. Me da la impresión de que hay algo de señorona burguesa que lucha por el sufragio feminista, pero a las criadas las obliga a llevar cofia.

El caso de Amelia Valcárcel se parece como una gota de agua a otra de las rabietas de los hijos únicos y mimados por sus padres, cuando llega a casa un hermanito. El síndrome del príncipe destronado no solo se produce en casos de tiernos infantes caprichosos también en mujeres que fueron símbolo de una determinada lucha pero que no saben adaptarse a la llegada de las nuevas generaciones. La pérdida de poder e influencia en determinadas personas puede ocasionar determinados desvaríos, si no se explican convenientemente, porque a veces también sentirse desplazada en el movimiento feminista puede generar monstruos.