Opinión

Les fiestes de prau

Estamos ya en los últimos días de les fiestes de prau y como es habitual en el verano asturiano, las romerías alcanzan cifras de asistentes importantes y los jóvenes y no tan jóvenes disfrutan de las orquestas, del buen ambiente (excitados momentáneamente por el alcohol, aparte), las botellinas de sidra y algún que otro baile agarrao, sin menospreciar, por supuesto, los concursos de bolos y el tiro a la rana, si hubiera o hubiese. Es decir, como desde hace algún que otro siglo  llevamos gozando los asturianos.

Afortunadamente, cada vez son menos las folixas en las que los organizadores se postulan bajo la advocación de un santo o una virgen

Como es natural y como sucede en toda actividad humana, les fiestes de prau siempre estuvieron vinculadas a alguna que otra polémica. Afortunadamente ya están superadas aquellas discusiones sobre si la comisión organizadora tenía que ir de etiqueta a la Santa Misa que precedía al jolgorio o si el cura párroco podría aprovechar el mismo terreno del disfrute para santificar el día y dar a comunión a las beatas del barrio, mientras se escuchaba a los responsables de la barraca descargar las cajas de vino y sidra.

Afortunadamente, cada vez son menos las folixas en las que los organizadores se postulan bajo la advocación de un santo o una virgen por lo que, en estos últimos año nadie impone a otros la asistencia al oficio religioso ni se critica que en la iglesia más cercana unas personas creyentes hagan profesión de su fe, cuestión de gran calado en esta Asturias en la que no todo dios sabe diferenciar entre Iglesia y Estado.

Opino que tienen razón los integrantes de las comisiones de fiesta que no permiten a la gente introducir bebidas de fuera

 Ahora las polémicas son otras y aunque no tengan tanto empaque como la anterior, sí plantean importantes interrogantes sobre el devenir de las romerías. Me refiero, por ejemplo, a la discusión sobre si en el prau de la fiesta se puede introducir bebida de fuera o no. Algunas comisiones lo permiten y otras, en cambio, prohíben taxativamente que la sidra venga de un llagar próximo.

Y yo quiero dar mi opinión porque siempre estoy dispuesto a pisar charcos y no voy a callarme en un asunto tan discutido como éste. Opino que tienen razón los integrantes de las comisiones de fiesta que no permiten a la gente introducir bebidas de fuera y estoy de acuerdo, porque son muchos los sacrificios personales y económicos de algunas personas que tratan de hacer la romería más acorde con los gustos del pueblo como para que no puedan recuperar el dinero invertido con las recaudaciones de la barraca.

Comprendo perfectamente a los jóvenes que con pocas posibilidades pecuniarias prefieren hacer una especie de botellón okupa en el prau de la fiesta porque ahorran dinero, pero deben darse cuenta que si pueden beber hasta la saciedad en un lugar, rodeado de buena música (las orquestas de las fiestas suelen ser cojonudas) y de amigos que no ven en mucho tiempo, además de tambor y gaita y otros aditamentos propios de las romerías, es porque alguien ha invertido las perras suficientes como para levantar la actividad. O sea que hagan examen de conciencia las nuevas generaciones sobre si el ahorro es a costa de los organizadores del sarao.

Y puedo entender las razones de los más jóvenes. Pero lo que no acabo de digerir son algunas actitudes de personas adultas y formadas que tratan de pasar de extranjis las botellas de ron y ginebra para no tener que pagar el plus que necesariamente deben de gravar los que están al frente de la barraca. Ya somos mayorinos para hacer según qué cosa y en qué momento.

Pero lo importante es que las romerías siguen el año que viene (salvo que los ayuntamientos se vuelvan locos y claven a tasas a las comisiones de fiestas para que hagan difícil su organización) y volveremos a disfrutar de la música y de la cordialidad vecinal que suele propiciarse en estas fechas. Y con estos acordes, se despide  encantado de haberles escrito, este colaborador, que espera que hayan disfrutado de la verbena.