Opinión

No hubo que lamentar desgracias personales

Bueno, pues ya se puso fin a una nueva edición de la Semana Negra, de Gijón, concretamente a la número 35 y a pesar de las profecías de los agoreros ninguna especie en peligro de extinción desapareció, el buen tiempo animó como siempre a los asturianos a visitar los estands, compra algún libro que otro, asistir a presentaciones y ruedas de prensa e, incluso, los más osados a subirse as la noria para contemplar la ciudad desde el cielo. Como se decía antes en los periódicos, tras una tragedia en la que no había víctimas, no hubo que lamentar desgracias personales.

Lo que no termino de entender es el odio eterno que algunos partidos políticos de la derecha sienten a la Semana Negra

Yo sé que esta normalidad y el éxito de la convocatoria no sienta bien en determinados cuarteles generales que abominan de un festival como este y tratan de buscarle las cosquillas con nombres y apellidos y definiciones que quedan muy bien en los titulares de prensa, pero no se corresponden con la realidad que es tozuda y que año tras años va certificando que la Semana Negra gusta a los habitantes de esta comunidad autónoma, incluso a los que viven en regiones limítrofes que suelen darse un garbeo por el recinto ferial.

Lo que no termino de entender es el odio eterno que algunos partidos políticos de la derecha sienten a la Semana Negra, quizás porque no les gusta el carácter participativo de este certamen o quizá porque los incomoden los debates que se suceden y que ponen de relieve que se trata de una actividad que discute sobre todo lo divino y lo humano sin autocensuras ni pisando huevos para no molestar a nadie.

No lo entiendo, porque ya desde el primer día de su puesta en marcha, allá por el año 1987, la Semana Negra fue objeto de críticas, repudios y malas babas, a pesar de que se trata de una leyenda del género negro que desde el comienzo adquirió pujanza internacional y respaldo popular entre los conocedores de esta literatura. No creo yo que esa fama que le da a Asturias la Semana Negra pueda hacer daño a nadie, pero los paletos de mi pueblo son muy suyos y si no se quedan con la pelota, el juego no les interesa.

Cuando Carmen Moriyón fue elegida alcaldesa de Gijón por Foro Asturias estuvo tentada a cambiar este festival por otro distinto, incluso negarle la subvención.

Este año, los chicos/as de Foro Asturias y de Ciudadanos llegaron a decir que en los debates de esta  edición, han proliferado los escritores y políticos de izquierdas, lo que es casi consustancial con la historia de la Semana Negra, pero como el patio electoral está tan revuelto han querido meter una cuña ideológica que terminó siendo rechazada totalmente por los asturianos.

Vamos a ver. Yo puedo entender que si al personal no le guste la Semana Negra no vaya y si prefiere la ópera o el pop de David Bisbal, se incline por esas actividades, pero rechazar un certamen por una supuesta inclinación izquierdista de autores y ponentes, choca no solo con el sentido común, sino con el gusto de los ciudadanos que acuden mayoritariamente a este evento.

Y claro que no todos los que dieron un garbeo por los terrenos del antiguo Naval Gijón son votantes de izquierda o supuestos seguidores del Sumar de Yolanda Díaz. Son demasiados los visitantes como para adscribirlos a una sola corriente ideológica. Incluso entre los asistentes, seguro que hay votantes de los partidos as los que les da repelús la Semana Negra, pero no tienen prejuicios y ven compatible asistir a las charlas y luego apoyar a los que quieren que la actividad desaparezca.

Un solo dato. Cuando Carmen Moriyón fue elegida alcaldesa de Gijón por Foro Asturias estuvo tentada a cambiar este festival por otro distinto, incluso negarle la subvención. Pero cuando el día de la inauguración asistió en su calidad de cargo público y vio la gran cantidad de personas que asistían al evento dio marcha atrás como una suicida arrepentida. Debió pensar que si acababa con el certamen, los ciudadanos iban a escorrerla a pedradas hasta Somió. Y siguió arropando a la criatura en sus ocho años de mandato. Puro instinto de conservación.