Opinión

La memoria de los viejos

En septiembre de 1971, yo era un adolescente inquieto que se preocupaba por la situación de nuestro país, quería cambiar el mundo, como la mayoría de los jóvenes de mi generación y no le gustaba nada el régimen imperante en nuestro país. Por eso, la represión de las fuerzas policiales sobre los pensionistas encerrados en la iglesia de San José, de Gijón, me convirtió en un joven airado, como aquellos cineastas ingleses  del free cinema que lo plasmaron en sus películas quince años antes.

Lo más cabreante fue la acusación de los policías de que uno de los encerrados trató de golpearles con un banco de la Iglesia levantándolo sobre su cabeza

Los jubilados que se recluyeron pacíficamente en la citada parroquia en las postrimerías del franquismo querían pensiones dignas y con la enfermedad y los años su estado de salud era bastante precario y por eso reclamaban que se les pagara como correspondía a toda una vida dedicada al esfuerzo del trabajo en condiciones extremas, ya que la mayoría eran mineros o metalúrgicos.

Por eso la entrada de las fuerzas policiales (por aquella todavía Policía Armada) causó una enorme indignación en la ciudad y en toda Asturias porque sabían que los encerrados mantenían una actitud tranquila y respetuosa con los servicios religiosos, lo que contrastaba con la brutalidad de los uniformados.

Hasta el juez franquista le absolvió de este cargo por imposible, aunque le condenó a pena de destierro.

Lo más cabreante fue la acusación de los policías de que uno de los encerrados trató de golpearles con un banco de la Iglesia levantándolo sobre su cabeza. Una denuncia absurda y  falsa, ya que los bancos de la iglesia de San José requieren la asociación de tres o cuatro personas para moverlos. Fijaros que imagen: un silicoso con los pulmones hechos unos zorros y con la fuerza de varias personas tratando de arremeter con un banco contra un grupo de agentes. Hasta el juez franquista le absolvió de este cargo por imposible, aunque le condenó a pena de destierro.

Como el paso de la Historia se comporta muchas veces con justicia poética, cincuenta años después del encierro, todavía la memoria de los viejos luchadores y sus nombres es recordada por muchos asturianos. Los nombres de Florín, Carrión, Espina o Mánfer de la Llera, entre otros,  están escritos en el imaginario colectivo de sus compañeros, mientras que nadie se acuerdo de los policías que entraron en la casa del Señor a golpe de porra contra los cuerpos de los encerrados.

Medio siglo más tarde, la Fundación Juan Muñiz Zapico, en honor al sindicalista fallecido en accidente de tráfico en 1976, ha organizado un emotivo homenaje a los pensionistas que reclamaban jubilaciones dignas en un acto cargado de emotividad y de recuerdo para ellos y sus familiares, con la presencia de varios centenares de personas.

El acto debería haber acabado con la colocación de una placa en un lateral de la Iglesia para que quede constancia para las futuras generaciones de las proezas de aquellos pensionistas, que hoy ya descansan de sus penurias, pero falta que se conceda el permiso por parte de la Iglesia que debe confirmar el arzobispo de Oviedo. Sinceramente, no soy optimista sobre su plácet, teniendo en cuenta que hace unos años, se negó a poner una inscripción en la lápida que el ex presidente de la República en el exilio, José Maldonado tiene en el cementerio de la Espina. Sin embargo, este ateo que os escribe espera un verdadero milagro.