Opinión

Entre la nostalgia y la indolencia

En los últimos tiempos se ha hablado mucho de la importancia que tuvo en su día la Ciudad de Vacaciones de Perlora, que entre los años cincuenta y ochenta del pasado siglo se convirtió en lugar de veraneo para familias trabajadoras en pequeños chalés construidos en esa localidad del municipio de Carreño. Gran parte de estos recuerdos están impregnados de nostalgia y de remembranza de tiempos que ya no volverán, aunque si hubo intentos de recuperar este paraíso del litoral asturiano.

Todavía me acuerdo del esplendor de Perlora cuando iba en tren desde Gijón a Candás con la emoción añadida de superar el milagro del Tronqueru (hoy desaparecido, creo que afortunadamente) y que provocaba entre los que éramos niños la incertidumbre de si el ferrocarril pasaría sin problemas por aquel paraje.

Aunque suene a aguafiestas, soy de los que tienen claro que los buenos tiempos de Perlora no volverán porque son hijos de un tiempo pasado en el que las vacaciones y el verano se disfrutaban de otra manera, en familias y en un lugar cercano a la mar y que los que tuvieron la suerte de pasar unos días en uno de aquellos chalés tuvieron una única oportunidad en la que el desarrollismo y los descansos de los españoles se planificaban de otra manera.

Acordaros que la Ciudad de Vacaciones se creó en 1954 de la mano de los sindicatos verticales para premiar a sus trabajadores más ejemplares, que nos podemos imaginar quienes eran cuando en aquella especie de organización laboral compartían fines empleadores y productores (en aquellos años las palabra obrero era un poco desechable).

Lo cierto es que ahora el paisaje es desolador porque las construcciones se están cayendo y las ruinas parecen el preludio de aquella Itálica famosa que glosó el poeta. Todavía me acuerdo del esplendor de Perlora cuando iba en tren desde Gijón a Candás con la emoción añadida de superar el milagro del Tronqueru (hoy desaparecido, creo que afortunadamente) y que provocaba entre los que éramos niños la incertidumbre de si el ferrocarril pasaría sin problemas por aquel paraje.

Hoy en día, las administraciones públicas no están mucho por la labor de repotenciar Perlora, entre otras cosas porque la inversión que habría que hacer sería cuantiosa. Tampoco la iniciativa privada se ve capaz de rentabilizar las Ciudad de Vacaciones, que se ha dejado llevar por la indolencia y ahora no hay dios que resucite a este muerto tan recordado por muchos. Y, por supuesto, que los sindicatos mayoritarios se hagan cargo de la herencia del vertical parece bastante cuestionable, porque seguro que sus dirigentes exclamarán lo de aparta de mi este cáliz.

Cuando Vicente Álvarez Areces era presidente del Principado encargó a su consejera Ana Rosa Migoya, que era la encargada del área de Turismo en el Ejecutivo asturiano, una especie de  plan para privatizar el complejo y que Perlora volviera a brillar con luz propia como lo hizo en su época de gloria. Pero el proyecto resultó un fiasco porque, pese a que hubo más una empresa interesada, exigió mucho dinero para remozar los chalés y no garantizaba que estuvieran al frente muchos años.

Me temo que la Ciudad de Vacaciones irá destruyéndose más paulatinamente y los nostálgicos y los soñadores de un revival sesentero se quedarán con las ganas de convertir en realidad sus deseos. Sin embargo, ya veis, si alguien es capaz de volver a poner en órbita Perlora, estoy más que seguro que los asturianos encabezaríamos una suscripción popular para levantarle un monumento. Las quimeras tienen buena prensa en nuestra región, pero me da la impresión de que son poco prácticas. Uno no cree mucho en las utopías, hasta que alguien, un adelantado a su época,  las lleva adelante.