Opinión

Del feminismo como esperanza afgana

Filosofía Pequeña

La reciente salida de EEUU de Afganistan nos deja a las claras la lógica de los estados y lo ineficaz de las instituciones supranacionales como la OTAN o la ONU. Aún siendo un tema bastante trillado no resulta ocioso repetir su andamiaje: los estados no pugnan por una «paz perpetua» mundial, sino por su «paz perpetua» local. Los dos siglos de Pax Romana, por ejemplo, no consistieron en doscientos años sin guerra, sino en doscientos años de estabilidad interna y constantes guerras fronterizas. Los estados y su lógica de ser, por tanto, impiden el tan loable como estéril intento de una organización supranacional kantiano. La ONU, como pudiera serlo un gobierno en el exilio, se encuentra eunuca por cuanto puede producir tanta burocracia como desee, tantas leyes y tantos decretos como quepan pensar de una maquinaria bien engrasada y financiada, pero carece de brazo ejecutor, esto es, de ejército. ¿Con qué cara se puede presentar António Guterres ante Biden o Putin y exigirles cualesquiera cosas, no sé, por ejemplo que no hagan el ridículo en Afganistan? ¿Con los cascos azules que proporcionan EEUU y sus aliados?

La Pax Romana se financió conquistando todo lo que había alrededor y, una vez dejaron de conquistar a los vecinos, comenzó a resquebrajarse

Los estados, como un Leviatán hobbesiano, solo prometen la estabilidad interna, no la estabilidad mundial. Sus intereses son hacia adentro, y ello implica en ocasiones hacer la guerra hacia afuera —también la represión interior—. Existen matices para esta lógica: España es subsidiaria del líder del que depende, de EEUU, y por tanto su estabilidad depende en gran medida de la diplomacia para con el condescendiente jefe. Sin embargo, EEUU no depende de un superior, sino de mantenerse como superior. Su lógica es la clásica de los imperios. La Pax Romana se financió conquistando todo lo que había alrededor y, una vez dejaron de conquistar a los vecinos, comenzó a resquebrajarse. Algo parecido ocurre con EEUU. Su interés no es extender la democracia como sistema político justo y humanista ni los derechos humanos a toda una población que carece incluso de la noción misma, sino conservar su peso gravitacional dominante en los difíciles equilibrios geoestratégicos. Si abandonan Afganistan no es por otra causa que un razonable cálculo de costes y beneficios en una línea similar a la empleada por las empresas que se deslocalizan para alcanzar mayores dividendos.

En este sentido, las preguntas que ha lanzado la oposición al gobierno de España acerca de qué ha hecho para preservar la paz en Afganistan resultan sencillamente ridículas: habrá hecho lo que le ordenaron desde Washington y no hará más porque no le interesa sacar fotos de soldados mutilados. Un reciente artículo en El Confidencial (Afganistan no es país para cobardes, de David Jiménez) lo deja a las claras: «El 23 de febrero de 2008 se organizó en Paracuellos un homenaje a los soldados españoles desplegados en el extranjero. Pero a Rubén López y Julio Alonso, que acababan de regresar de Afganistán mutilados, se los llevaron a un patio trasero y les colgaron las medallas a escondidas. Las familias preguntaron por qué: "Nos dijeron que quedaban dos semanas para las elecciones». A Pedro Sánchez se le debe exigir estabilidad y prosperidad… En el estado español. Pedírselo para el estado portugués, el suizo o el afgano no pasa de un aprobado en la escuela. ¡Pero es que es este el contrato que ha firmado con sus ciudadanos! Es decir, es la razón por la que le hemos dado los poderes de la nación, es la causa de su puesto, es el sentido de su gobierno. Es la única exigencia a la que se debe para con nosotros. Lo único que le podemos —y de hecho hacemos— exigir. De puro, lógica de estados.

Frente a la prudencia estatal que reside, como hemos dicho, en la estabilidad local, se escucha el runrún de la revolución más importante y pacífica que atraviesa ya trescientos años de nuestra cultura occidental: el feminismo.

¿Qué esperanza queda para los ciudadanos afganos? A mi juicio, sorprendentemente, solo una. Digo «sorprendentemente» porque no se la esperaba, porque hay quien quiere hundirla, porque no pareciera contar con la fuerza suficiente y porque su voz se va elevando desde el interior de cada estado, incluso el afgano, quebrando por momentos los cálculos empresariales de los gobiernos en una suerte de agenda, ahora sí, universalista. Frente a la prudencia estatal que reside, como hemos dicho, en la estabilidad local, se escucha el runrún de la revolución más importante y pacífica que atraviesa ya trescientos años de nuestra cultura occidental: el feminismo.

¿Por qué aventuro esta hipótesis? Porque el feminismo es en su esencia universalista, y esto es mucho decir. El mismo sinsentido es pedirle a Pedro Sánchez que mire por los intereses de un barrio de Kabul que pedirle al feminismo que no lo haga. El feminismo es universalista, insisto, y por ello supera las fronteras y propone un contrato ajeno a la lógica de los estados. No queda ninguna mujer fuera porque su objetivo es la emancipación de La mujer, no de las mujeres españolas, turcas o afganas. Posiblemente es el único movimiento puramente ético que aun palpita en el ombligo de nuestras sociedades, posiblemente el movimiento más humanista que se haya dado en nuestra historia y posiblemente, digo, es el único capaz de dar un giro de guión a lo que se avecina. De alguna manera, recoge la antigua idea marxista de la emancipación de clase y la renueva en una suerte de eticidad final a la que los estados no pueden, al menos de momento, mostrar indiferencia. Es la bondad feminista la que no permite dejar atrás a ninguna de las suyas —una verdadera conciencia de clase— y que no dejará de presionar a los estados con la amenaza cada vez más certera de una pérdida de estabilidad interna. Por ahora, es un susurro: «si allí abandonáis a las nuestras, tendréis que véroslas con nosotras; no olvidaremos lo que estáis haciendo; os estamos observando». Si ese susurro se convierte en voz y la voz en grito, puede que los estados recapaciten su ruindad.

La ley de Sharia no afecta únicamente a la mujer que ayer vestía de color y hoy de negro carbón, afecta a La mujer que, en tanto que heredera de tantas injusticias históricas, se identifica con una posición de inferioridad, no con un pasaporte. Cada vez que una mujer no sale de casa por miedo, cada vez que es casada a expensas suyas, cada vez que es azotada o lapidada, cada vez que es expulsada de la escuela, cada vez que deciden por ella como si fuese una disminuida, cada vez que no se la permite trabajar, cada vez que se la impide viajar, cada vez que no puede comerciar, cada vez que no puede ser atendida por un doctor, cada vez que no se la deja subirse sola a un autobús… En fin, cada vez que se la humilla con la hijab, ella sangra su dignidad tras el pañuelo, pero todas lloran la humillación… ¿En silencio? Veremos.