Opinión

Vaques de muyer (II)

Les vaques que vienen de manos de muyer, nunca dieren buen resultáu.

Quedábamos así, la semana pasada, pendientes de otra explicación para lo que se espetó sobre la barra de aquel bar, ante un puñado de expertos en artes ganaderas.

Y como detrás de tales sentencias suele haber trasfondo, conviene ex- plorar la aseveración, sostenida por un hombre de consolidada experiencia campesina, que nadie duda. Otra cosa es la razón de la desconfianza masculina ante las vacas trasegadas por mujeres, porque la causa podría residir en el trato y en la voz, como en la dosis de cagamentos entendidos como instrumentos de manejo.

Es bien conocida la complicidad de las mujeres con los caballos. Trotan más tranquilos con ellas encima, e incluso las niñas los dominan con rienda dulce y espuela firme pero carente de brusquedad. Si el caballo es un animal noble y sensible, bien podrían las vacas de parir sentirse mejor entendidas por una mujer, que a la hora de mecer, limpiar, mullir o prender, va diciéndole cosas en lengua comadre, sin necesidad de que bajen a la corte Dios, la Virgen o los santos.

Carlos V, de incógnito en cierta ocasión, observaba la dificultad de un porquero ante un gochu que se resistía a caminar. El emperador sugirió que lo sujetase por el rabo tirando de él hacia si, lo que supuso una victoria más de la destreza sobre la necedad. El porquero agradeció el consejo al emperador, diciendo: “Cómo se nota, señor, que está usted acostumbrado a tratar con cerdos”.

De ahí que la reticencia masculina ante las vacas que vienen de muyer, bien podría guardar relación con la negación natural de los seres vivos a ser tratados sin inteligencia.