Opinión

El feminismo soy yo

El movimiento feminista está claramente dividido a causa de la ley trans en toda España. Y en Asturias, por supuesto, también porque esta región no podría ser una excepción. Pero, ojo, no penseis que eso significa el declive de la lucha de las mujeres. Más bien, al contrario se trata de una crisis de crecimiento, del que saldrán reforzadas porque el asociacionismo es imparable y el camino hacia la igualdad y contra la discriminación ya es asumido por gran número de mujeres y cada vez más hombres.

La división en el seno del feminismo ya viene de hace años, cuando las mujeres se enfrentaron por el tema de la prostitución entre las/los abolicionistas y las hetairas, es decir aquellas que consideran que debe regularse, pero nunca prohibirse, sobre la base de que las mujeres que lo practican no están sometidas a ninguna trata y  usan libremente su cuerpo como les place.

Esta diferencia de opiniones fue siempre elocuente (aún sigue habiéndola), pero nunca supuso un enfrentamiento tan duro entre las mujeres como lo está siendo actualmente el desarrollo de la ley trans que hace que algunas feministas odien tanto a Irene Montero, la ministra de Igualdad, y su política sobre los transexuales como muchos de los machirulos que cada vez que hablan de ella es solo para insultarla. Me da la impresión de que esta especie de lucha por la hegemonía está siendo marcada por algunas como una reivindicación de que el feminismo soy yo.

Ambas facciones tienen argumentos suficientes para considerar que tienen la razón pero (y permitidme que no desvele mi punto de vista porque ya discuto bastante en mi casa con mi pareja) tener la mayoría de la opinión pública a favor no significa que ese punto de vista impida que las mujeres puedan relegar por un momento esa pelea y unirse (iba a escribir sumar, pero ahora esta palabra tiene más connotaciones) por mejorar muchas de las discriminaciones que aún existen en nuestra sociedad.

Digo esto porque la manifestación contra la violencias de género del pasado 25 de noviembre en Avilés no fue tan numerosa como lo fueron las de años anteriores (pandemia incluida) y quizás esa división haya tenido que ver con el éxito o no de la marcha, porque además la convocatoria de otras concentraciones a la misma hora en diferentes localidades fue un factor de diseminación de fuerzas, que no favorecieron el objetivo.

Pero todavía peor es aliarse con los que se definen como enemigos del movimiento feminista para mostrar su disconformidad con el desarrollo legislativo. Es una especie de práctica del eslogan ese de los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Es muy respetable la crítica y la defensa de los postulados de cada cual, pero aliarse con el Partido Popular para que decaiga la ley trans no deja de ser una reacción bastante pueril.

Esa es la posición de la respetada e histórica feminista Amalia Valcárcel, con la que comparto el segundo apellido, que siempre fue muy crítica con la posición de Irene Montero, pero que se equivoca gravemente con su actuación. Y no vale decir que se trata de una mujer que ha luchado toda su vida por los derechos de las suyas y que su trayectoria le otorga cierto pedigrí para hacerlo, porque otra feminista de esa misma época e idéntica trayectoria, Paloma Uría, que se inclina por apoyar la ley trans tiene una forma de plantear el asunto, a mi juicio, más inteligente. Tan respetable como tesis de la filósofa que fue consejera de Cultura.

Por supuesto, las crónicas difunden más las opiniones de Amelia Valcárcel que las de Paloma Uría, por razones que no es necesario explicar, pero yo creo que con eso ya contaba mucha gente. De todas las maneras, el movimiento feminista no va a reventar por esta batalla. Sobrevivirá para reinventarse cuando lo requiera. Eso sí, al final de este conflicto, todo el mundo quedará retratado. Y no solo los hombres.