La última granja de cría de conejos de Villaviciosa
La cría de conejos de carne está de capa caída en Asturias. Lo dice Luis Enrique Villazón Gancedo, propietario de la última granja industrial que quedaba en Villaviciosa. A sus 66 años afronta la jubilación «con muchas ganas» pero también con un “sabor amargo” al constatar que no hay relevo generacional en una región que, en su día, llegó a ser un referente en el sector cunícula. Una situación que achaca, en parte, a la falta de apoyos y excesiva burocracia exigida por parte del Principado. «No me extraña que no abran ninguna explotación aquí porque la Consejería de Desarrollo Rural no hace más que poner trabas y todo son controles e inspecciones de bienestar animal, piensos o medicamentos», denuncia.
Empezó criando visones, pero en el año 1996 dio el paso hacia la cunicultura
Villazón entró en el negocio de la cría de conejos por casualidad. Hijo de ganadero, en su juventud se decantó por la soldadura, lo que le llevó a viajar por comunidades autónomas como Galicia. En A Coruña se casó y fue su suegro, que trabajaba en un criadero de visones, quien le animó a montar un empresa similar en una finca familiar de Coru (Villaviciosa).
Villazón con uno de los últimos conejos que le quedan en Coru (Villaviciosa).
El maliayés llegó a tener cerca de un centenar de visones, que mataba en invierno y mandaba a curtir a Madrid. El negocio funcionaba bien: había demanda y los precios a los que se pagaba la piel eran competitivos. Sin embargo, el avituallamiento de la manada no siempre resultaba sencillo. «Tenía que hacer a diario una ruta por Candás y Lugones para aprovisionarme de gran cantidad de miga de bonito, pollo o yogures que después tenía que mezclar con cereal y vitaminas», explica. «En fechas como Navidad se hacía muy difícil conseguir el alimento porque muchas fábricas agroalimentarias permanecían varios días cerradas o tenían poco género», relata.
Cuando los mataderos de conejos de Asturias cerraron no le quedó más remedio que buscar nuevos proveedores, primero en Galicia y después en País Vasco, donde una cadena de supermercados se encargaba de distribuir el género por todo el territorio nacional.
Fue ese uno de los motivos que le llevaron a dar el paso hacia la cunicultura en 1996. «Los conejos comen pienso, más fácil de conseguir, y adaptar las naves a las jaulas no parecía complicado», resume. Empezó con unos pocos ejemplares de prueba hasta que alcanzó las 400 madres, que quedaban preñadas por inseminación artificial y parían cada 31 días.
Cuando los mataderos de conejos de Asturias cerraron no le quedó más remedio que buscar nuevos proveedores, primero en Galicia y después en País Vasco, donde una cadena de supermercados se encargaba de distribuir el género por todo el territorio nacional. «La raza que más me gustaba era la francesa hila, porque los animales no eran muy grandes pero cogían mucha carne», asevera Villazón. «Lo más duro eran los días de calor sofocante de verano porque siempre había alguna baja», lamenta el criador, que se ponía en pie a las seis de la mañana para alimentar, uno por uno, a sus conejos.
Villazón hace un balance «positivo» del cuarto de siglo dedicado a la cunicultura profesional, que vivió una de su mayores crisis hace un lustro, con una bajada generalizada de precios y de la demanda. Una etapa que llevó a muchos criaderos a la quiebra. «Yo al estar solo y no tener que pagar empleados resistí pero lo pasé mal, no sacaba ni para el pienso», cuenta.
Sí reconoce que los dos últimos años han mejorado mucho en cuanto a precios pero incide en la necesidad de poner en marcha una campaña para fomentar su consumo «ya que se trata de una de las carnes más sanas». Según datos publicados por el Ministerio de Agricultura, en 2019 la carne de conejo alcanzó un precio récord de 2,3 euros el kilo, siendo la media anual de 1,9 euros el kilo. En total se tienen contabilizadas unas dos mil granjas profesionales en el país, la mayoría en Cataluña y País Vasco «donde los gobiernos están más comprometidos y ofrecen más ayudas a los emprendedores», subraya el criador.
Aunque el centro de cría de Coru cerró sus puertas pocos días antes de que la crisis sanitaria del coronavirus hiciera estragos, de momento su dueño no tiene intención de venderlo ni alquilarlo. «La finca donde está la granja -con seis naves- no me quiero deshacer de ella porque me presta ir a pasear con los perros y cultivar allí algún pomar», cuenta Villazón. En su nueva etapa vital tampoco faltará la cría de conejos «por afición y solo para consumo doméstico», matiza el rey del conejo maliayés.