Halloween, una fiesta "más asturiana" de lo que parece

Las similitudes entre la tradición asturiana y la versión americana son más que evidentes
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photo_camera Dos niños disfrazados el pasado Halloween.

Por más que nos resistamos, Halloween ha venido para quedarse entre nosotros como parte del calendario. Algo que debemos agradecerle al cine norteamericano pero que, en realidad y a pesar de los detractores, bebe de la cultura más ancestral de Asturias. Hay mucho del Samaín de origen celta en Halloween gracias a los migrantes irlandeses que poblaron América; y conocer las similitudes es la mejor forma de respetar nuestras propias raíces a pesar de las importaciones americanas.

En ambas celebraciones, de carácter pagano, se rinde tributo a la muerte. Una tradición campesina con la que se daba la bienvenida al otoño, la estación en la que la naturaleza comienza a morir; y que, a pesar de hacer de la calabaza seña identitaria, contaba en Asturias y buena parte del norte de España con un precedente anterior a la llegada allá por el siglo XVI de esta hortaliza de origen americano. En Asturias, los pequeños de las casas tenían la tarea de vaciar nabos que, con una vela en su interior, se colocaban en ventanas, puertas o cruces de caminos acompañados de comida, habitualmente castañas.

Con esta práctica, no solo se honraba a las ánimas. También se iluminaba el camino de la denominada “Güestia”. Una comitiva de almas en pena que forma parte de las leyendas asturianas, y que salía en procesión durante esa noche en la que la frontera entre vivos y muertos está más difusa que nunca. No es casualidad que esqueletos, muertos vivientes y fantasmas sean, hoy por hoy, los disfraces más habituales de la presunta noche más terrorífica del año.

Pero no es lo único en lo que “el invento norteamericano” guarda similitudes con las tradiciones asturianas. El clásico “truco o trato”, costumbre que empieza a calar aquí, no deja de recoger el testigo de la costumbre que prohibió la Iglesia en el siglo XVIII y que consistía en que los niños recorrieran las casas pidiendo dulces y comida con las caras pintadas de ceniza.

Entonces no había disfraces ni la costumbre los contemplaba. Pero antes como ahora, la noche del 31 de octubre tiene algo de mágico y ancestral... con calabazas o sin ellas.