OPINIÓN

Monasterio de Villanueva. Arrendamientos y donaciones

Las propiedades agrícolas lejanas las administraban por medio de aforamientos y rentas

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El próximo día 21 de este mes de febrero el importante cenobio cangués celebra el 1.269 aniversario de su fundación por el rey don Alfonso I el Católico y su esposa doña Ermesinda. Una tradición siempre envuelta en dudas y nebulosas históricas de variado tipo. Desde el año 746 acá han ocurrido demasiados sucesos relacionados con la fundación, vida y aconteceres del monasterio benedictino de San Pedro. La Bula oficial de unión del monasterio a la Orden de San Benito fue concedida por el papa Paulo III el 5 de noviembre de 1534 (veintitrés días después de llegar a la silla de San Pedro). Sería el rey Carlos I -en 1564- quien suspendió la anexión que se había decretado de este monasterio con el de Celorio.

Detengámonos hoy en algunas de sus rentas y donaciones. Sólo cuatro eran habitualmente el número de monjes que habitaban el convento, dedicados al estudio, la oración y el cultivo de los campos.

Las propiedades agrícolas lejanas las administraban por medio de aforamientos y rentas. Solían  ceder las fincas a los llevadores por “vidas de tres reyes”, esto es, mientras durase el reinado de tres monarcas consecutivos, de suerte que era por un periodo de tiempo variable, según las circunstancias. Los arrendatarios no pagaban en efectivo, sino con los mismos frutos de la tierra:  maíz, escanda, trigo, panizo o con animales como carneros, gallinas, etc. Los próximos al mar pagaban, a veces, con pescado. Percibían emolumentos de varias casas de la nobleza, tales como la de Estrada o la de los Condes de la Vega del Sella, así como de muchas iglesias sobre las que tenían derechos, como en el caso de Carreña, Asiego, Puertas, San Roque del Prado o Tielve. Casi todos los pueblos pagaban rentas a los monjes. Un ejemplo lo tenemos en la relación que -en 1591- recogen los libros de cuentas: Villanueva, Las Rozas, Sobrepiedra, Cangas (de Arriba), Mercado, Llueves, Helgueras, Dego, Soto, Onao, Caño, Nieda, Perlleces, Tornín, Narciandi, San Juan de “Parras” (hoy Parres), Prestín, Bada, Toraño, Coviella, Triongo, Miyar, Viña, Llano, La Vega, Bodes, Margolles o Las Arriondas. Los monjes hacían préstamos a los vecinos que lo solicitaban a un interés asumible, entre un tres y un cinco por ciento anual. Desde el miércoles de ceniza hasta semana santa daban comida a los pobres en la portería del monasterio a base de borona y potaje de castañas (que mezclaban con verdura, cuando la tenían). Durante los tres o cuatro meses que pueden transcurrir entre Pascua de Resurrección y Santiago sólo ofrecían borona. Tenían que pagar cuantiosas cantidades al Estado si éste lo solicitaba, como cuando -el 20 de octubre de 1793- tuvieron que abonar 4.530 reales para la “oferta que se hizo al Rey en la actual guerra contra Francia” (conflicto que enfrentó a la monarquía de Carlos IV de España y a la I República Francesa); era la Guerra del Rosellón, de los Pirineos o de la Convención.

Muy numerosas eran las donaciones que recibía el monasterio; por razones de espacio haremos un muy breve resumen de algunas. En 1229 Martín Fdez. y su esposa Marina Pérez donaron una parte -y vendieron otra- de todo lo que poseían en los territorios de Cangas y Bode. El obispo de Osma (Soria) donó al monasterio todos los bienes que poseía en Cabrales “la iglesia de San Andrés de Puertas y algunas haciendas en dicho lugar” (puede que se refiera a San Andrés de Carreña, donde ya tenían propiedades). Era el año 1330.

Percibían legados testamentarios notables, en muchos casos a cambio de que se celebrasen misas por los donantes durante cierto tiempo, incluso algunos a perpetuidad. Curioso es que en Villanueva, el lugar llamado La Cementada (puede que el primer núcleo habitado en el pueblo) estaba exento de tributos al convento y tenía: tres casas, un hórreo y un huerto. Vecinos -como Pedro y Martino de La Cementada- aún aparecen documentados en 1729. Ora et labora (reza y trabaja) dice la Regla de San Benito. A buen seguro que -a lo largo de tantos siglos- los pocos monjes de Villanueva habrán tenido muy presente (entre otras mil cosas) el capítulo 48 de su Regla, que dice:


«La ociosidad es enemiga del alma. Los hermanos deberían participar en unos momentos concretos en el trabajo manual y en otros momentos en la lectura de la palabra de Dios».