OPINIÓN

Ramón Prada: un último acorde infinito

Ramón Prada era el protagonista que, en su modestia, nunca había querido ser.

 

En el Presbiterio, 10 sacerdotes concelebraban el oficio religioso. Ramón Prada era el protagonista que, en su modestia, nunca había querido ser. 

Y Ramón estaba allí

En el coro, los componentes de La Coral Peña Santa habían dejado vacío el espacio, en semicírculo, que ocupa el Director. A los componentes actuales se les unieron antiguos integrantes del coro e, incluso, en el lateral izquierdo, un hijo de José Luis Nuñez “Bibi”, ponía, emocionado, el recuerdo de su padre y el de los ya ausentes, en estos cincuenta y siete años de existencia del coro. Algo más alejados, periodistas de fuera y de casa (Sí, Borja, te vimos llorar) hacían de testigos. Al órgano, Ramón Prada jr. rendía homenaje a su progenitor. La Misa Pontifical de Perossi, el gran compositor y sacerdote italiano,  había sido escogida hace 50 años por Ramón para inaugurar la Nueva Iglesia de Cangas de Onís. El Viernes 22 se cantó en honor a Ramón. Entre el “Gloria” y el “Santus”, “Los Gozos de San Antonio” hicieron que las lágrimas pudieran con muchos de los que presumen de aguerridos. Después, Cuqui agrupó a los que mejor sabían la difícil partitura de Tomás L. de Vitoria “Caligaberunt Oculi Mei” y es ahí cuando nos dimos cuenta de que Ramón Prada estaba dirigiendo su Coro. El espacio que siempre ocupó tenía un sentido. Él estaba allí. Todo sonaba bien porque había un corazón vivo dirigiendo el coro. 

Me gustaría saber qué sintió Jesús, el Director de la Banda de Gaitas, o Fernando Álvarez, el organista del Santuario de Covadonga o Emilio Huerta, organista de Pola de Siero cuando acariciaron las teclas del órgano junto a Ramón Prada jr. en aquellos sentidos momentos.

“Tú nos dijiste que la muerte no es el final del Camino” dio paso a un acorde final en el que Ramón Prada, hijo, dejo que sus sentimientos se esparramaran sobre el teclado. Todos sus dedos eran pocos. Posó su cabeza y todavía no sonaba lo suficientemente atronador. Con un gesto invitó a Fernando, con otro a Emilio y seis manos hicieron de aquel acorde infinito un camino para Ramón Prada hacia ese Norte que algunos llamamos Cielo. 

El Coro Peña Santa entonó “Amigos para siempre” en una despedida en la que Emilina, la compañera inseparable de Ramón Prada, y toda su familia, fueron recogiendo el cariño de una ciudad, Cangas de Onís, que todavía no se lo cree.