VICENTE G. BERNALDO DE QUIRÓS

Autopista hacia el cielo

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Autopista hacia el cielo

 

En los tiempos de abundancia económica (para los ricos, porque los pobres nunca la gozaron) la consigna general era la de construir infraestructuras porque el país necesitaba de grandes obras públicas para ir mitigando las carencias existentes en este apartado. Y comenzó una alocada carrera hacia la pavimentación de nuestro suelo que, aunque éramos conscientes del déficit, tenía como propósito básico enriquecer a las constructoras que colaboraban generosamente con las finanzas de los grandes partidos.

Y era cierto que había déficit de carreteras, de autopistas y de grandes equipamientos, porque España caminaba hacia Europa y era preciso ponerse a su altura de desarrollo y de cohesión territorial. Muchas de estas empresas eran necesarias, pero otras fueron producto de la exuberante imaginación de algunos de nuestros padres de la Patria que llegaron a planear hasta autopistas hacia el cielo, como aquella bendita serie en la que el dulzón de Michael Landon interpretaba a un ángel bueno que volvía a la tierra para hacer el bien.

Y claro, llegaron absurdas construcciones como el aeropuerto de Castellón, la pista de Fórmula 1 de Valencia o la Ciudad de la Cultura en Galicia. Moles de hormigón que no servían para nada, a excepción de para embolsar billetes a mansalva en los bolsillos de determinados personajes. Todo era de pago porque la iniciativa privada había tomado la delantera hegemónica del discurso dominante y siempre se decía que era el motor de desarrollo de España.

Pero se acabó la fiesta cuando las concesionarias de las autopistas se habían dado cuenta de que la vaca había sido catada en exceso y de que por mucho que circularan los vehículos por las carreteras de pago, el dinero se iba en arreglar los parches de una construcción rácana y los bolsillos no ingresaban tanto como al principio. Además, los más conscientes prefirieron viajar por carreteras nacionales que no costaban nada y además añadían el placer de paisajes panorámicos.

Los dueños de las concesionarias idearon una propuesta para seguir ganando dinero y que las inversiones fueran nimias: pedir el rescate de las autopistas al Estado para que la cuenta de resultados siguiera creciendo a costa de los bolsillos de los españolitos de a pie. Tuvo un momento de gloria, pero la historia duró poco porque la administración pública ya había rescatado bancos y no había suficiente cash para todo. Aún así, las grandes constructoras siguieron haciendo su agosto.

Ahora el Ministerio de Fomento, que dirige el socialista José Luis Ábalos, ha trazado un plan para devolver las autopistas a sus verdaderos dueños (que para eso las pagamos con nuestros impuestos) a medida que su concesión inicial se va terminando. Y ha surgido una catarata de peticiones de vuelta a lo público que, en principio, el Gobierno de Pedro Sánchez no ve con malos ojos.

En Asturias, estamos en esta encrucijada. La autopista del Huerna, gestionada por Aucalsa, con más sombras que luces, lleva tiempo siendo la protagonista de una petición de rescate público, auspiciada por la izquierda y, especialmente por Podemos. Nuestra principal vía de acceso a la Meseta tiene la losa de una concesión administrativa hasta 2050, merced a la torpeza (es la definición más suave que se me ocurre, dada la agresión sin precedentes a la economía de los asturianos por Francisco Álvarez-Cascos) de las autoridades correspondientes. De todas maneras, no hay que desmayar porque la restitución del paso por el Huerna no es imposible. Hay gestiones en marcha, que si no se les ponen palos en las ruedas podrían resultar satisfactorias. Y si Aucalsa va a los tribunales, siempre hay fórmulas para multas multimillonarias por la cantidad de anomalías que se observan en su trayecto. Y no parece ilegal que se prive a una empresa de estas características de su participación en otras licitaciones, con esa mochila que lleva. Vamos, que se puede.

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