LUCIANO HEVIA NORIEGA

Desvaríos progres

No me imagino a la generación de nuestros padres dirimiendo si deben vacunar o no a sus hijos (o sea, a nosotros)

luciano-hevia-noriega-columna.jpg

Soy de los que creo que una importante parte de las (falsas) cuitas que ocupan nuestro tiempo y nuestros desvelos no solo no revisten la gravedad que les otorgamos sino que, además, están intrínsecamente unidas a la opulencia inherente a vivir en coordenadas geográficas como las que habitamos. Sé que decir esto cuando aún no hemos salido (y algunos ni vislumbramos el final del túnel) de la mayor crisis económica vivida en los últimos 90 años, que tantos estragos ha causado y tanto ha depauperado las condiciones básicas de millones de personas, puede parecer una boutade, pero solo bajo esta premisa soy capaz de entender determinados debates en los que con frecuencia digna de mejor causa nos enzarzamos. 

No me imagino a la generación de nuestros padres dirimiendo si deben vacunar o no a sus hijos (o sea, a nosotros). Tampoco loando los beneficios de la leche cruda y alimentándonos con ella sin ningún tratamiento previo. Ni saltándose las prescripciones médicas respecto a nuestra salud, dejándola en manos de charlatanes o paraciencias. 

Pero, ¿por qué achaco estos asuntos a una cuestión de opulencia? Pues porque solo desde la garantía de unas necesidades elementales cubiertas, la confortabilidad de un estómago bien lleno o la disposición de tiempo a mansalva puede alguien dedicar sus esfuerzos intelectuales (es un decir) a cuestiones como las descritas anteriormente, algo que no estaba al alcance de anteriores generaciones, cuyos miembros, en su mayoría, bastante tenían con deslomarse trabajando para intentar sacarnos adelante.

Me duele especialmente, por la parte que me toca, que muchos de estos desvaríos lleven un inequívoco marchamo pseudoizquierdista, ya que este fuego amigo se suma a la escasa credibilidad que nos estamos ganando con nuestra acción política y nos resta capacidad de seducción ante un potencial electorado dubitativo o indefinido. Tal y como señala Daniel Bernabé en su ensayo “La trampa de la diversidad”, una parte de la izquierda ha abandonado a su suerte a sus tradicionales votantes para cargar las tintas sobre identitarismos minoritarios, respetables, legítimos y dignos de ser defendidos en bastantes casos, pero no a costa de renunciar a un debate que se centre en las cuestiones económicas y de clase que configuran, como siempre en la Historia, las desigualdades que padecemos, que van en aumento y que impiden que importantes capas poblacionales puedan competir en buena lid para mejorar sus condiciones sociales o laborales. 

Como bien saben quiénes me conocen, no es la confianza en el género humano una de las señas de identidad que mejor me definen y, desde luego, chaladuras de este tipo no contribuyen a aumentarla. Le atribuyen a Einstein la humorada, probablemente apócrifa, de que solo el Universo y la estupidez humana son infinitos y que lo del Universo no es seguro. Pues eso. Huyan como de la peste de charlatanerías y placebos, destinen sus recursos (magros o generosos) a pasarlo bien sin fastidiar a nadie y ocupen su tiempo en formarse e informarse ajenos a gurús de verborrea inversamente proporcional a sus capacidades mentales. Ah, y si de verdad quieren proferir hacia mí un insulto que me hiera en lo más profundo, llámenme progre.

Más en Opinion