MARIJE AMIEVA

Me engañaste, Borja

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Ese no era el trato. El acuerdo era que yo volviese para La Peruyal y arreglásemos Parres, la Comarca, Asturias y media España con un café o dos. Más bien tres. Además debías explicarme con detalle los numerosos proyectos que traías entre manos.
“Haces bien viniendo al Bollu y a todo lo que puedas. Hoy estamos y mañana no”, me decías hace tan sólo unos días, antes de estamparte contra una montaña. ¡Qué cosas, Borja! Sabes que lo mío es Parres y eso de conjugar letras que destapan sujetos con jeta y mucha verborrea, pero poco predicado.
A veces pienso que ansías más mi regreso que yo misma. Y lo haces por dos motivos. En primer lugar, porque te divierte la idea de volver a trabajar conmigo dándole estopa a lo que denominas “la cla del corcho, que siempre flota”, en alusión a los políticos. En segundo lugar, porque -como yo- amas profundamente Asturias. Cuando en la Junta General del Principado o el Gobierno apuñalan esta tierra, tú sangras. Sangramos.
“Marije, ¿cuándo te engañé?”, cuestionas toda vez que me ofreces consejo. La respuesta era “nunca”, hasta que protagonizaste un aparatoso accidente que a punto ha estado de cobrarse tu vida. Sin embargo, el engaño en sí es baladí. Lo que no sé si seré capaz de perdonarte es que me hayas -nos hayas- obligado a imaginar nuestra vida sin ti. ¿Qué sería de Carlota, tus hijos y nietas? ¿Y de quienes hacemos EL FIELATO y EL NORA? ¿Quién supliría el vacío que dejarías entre tus lectores? ¿Y yo? ¿Volvería algún día si la persona que más cree en mí y más anhela mi regreso se marcha? ¿Qué sería de mí sin tus consejos profesionales y personales?
Es mejor no conocer ciertas respuestas. El problema, querido amigo, es que me has obligado a formular esas preguntas. Creía, hasta que conseguiste salvar tu vida de manera milagrosa, que estaba rodeada de un entorno infalible, invencible, inagotable y eterno. Pensaba que mis padres y tú erais poco menos que seres inmortales, capaces de ganar el pulso a quien osase retaros. Pero he aprendido que detrás de ese halo sobrenatural hay personas de carne y hueso. Y esos huesos hay que cuidarlos.
Hagamos un trato, ya que estrellaste en Huesca el que teníamos anteriormente. Obviamos el disgusto que nos has dado, pero tú tendrás que enmendarte: no más aviones, barcos o coches de carreras. Es más, no más deportes que impliquen desplazamientos a una velocidad superior a la del paso humano. Sí, la bicicleta también queda terminantemente prohibida. Conociéndote, serías capaz de lanzarte por el primer precipicio que encuentres.
Precisamente por eso, porque te conozco, me imagino que estás dándole vueltas al modo de decirle a Carlota que pretendes adquirir otro aeroplano tan pronto estés recuperado. ¡Olvídalo! A buen seguro que esa mujer de la que dices “me tocó la lotería cuando me casé con ella” sería capaz de ponerte los papeles del divorcio encima de la mesa. Y deja de dar la murga con reuniones y llamadas, a no ser que quieras que María lance tu teléfono por la ventana.
Es tiempo de descansar y reponer fuerzas. Después dedícate a volvernos locos con cosas del periódico y cuidar a tus nietas. Espero y deseo que cuando llegue tu hora te encuentre en casa, peinando canas y rodeado por todos los tuyos. Aterriza, amigo, y mejórate pronto para volar nuevamente. Desde tierra firme, claro.

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