María Luisa Monjardín y Victorino Blanco llevan 62 años casados

«La clave es respetarse y llevarse bien»

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photo_camera María Luisa Monjardín y Victorino Blanco, en La Pola.

A sus 91 años, y tras haber celebrado sus bodas de plata, de oro y de diamante, María Luisa Monjardín Barredo y Victorino Blanco García se miran con la misma franqueza que el día que se vieron por primera vez.

La década de los años 50 iba llegando a su fin y ambos se encontraban en Ibias. María Luisa es de allí, natural de Cecos, un pueblo ubicado a escasos kilómetros de la capital y punto de paso obligado para Victorino, que por aquel entonces trabajaba como jefe de forestales en la zona. «Soy de Morales de Valverde, en la comarca de Benavente, y después de ser voluntario en el Ejército, escogí Asturias como destino civil, primero estuve en Oneta, en Villayón, y después en Ibias», recuerda.

La familia de María Luisa regentaba Casa Ramiro, un bar tienda en el que ella trabajaba y al que un día llegó Victorino acompañado de otro joven. «Paró a tomar un vaso de vino y un pincho para seguir hacia San Antolín a pasar el fin de semana, y aprovechando que había baile, le pregunté al otro que si no se quedaban, que el de Cecos era mejor. Y Victorino se quedó», rememora con una sonrisa.

Aseguran que se entendieron «desde el primer momento». Incluso antes de ser novios. «Para ocupar la casa de forestales, a Victorino le ponían como requisito que tenía que estar casado porque la mujer debía atender a los jefes y gobernadores que pasaran por allí, y como me conocía y éramos amigos, dijo que era su novia», explica María Luisa.

Poco después el noviazgo sería realidad y el 7 de abril de 1960 se casaron en la iglesia de Cecos. «Nos quisimos siempre mucho, nos respetamos y nos llevamos muy bien; la clave está ahí», aseguran después de celebrar su 62 aniversario.

Ahora residen en La Pola, pero echan la vista atrás y recuerdan Ibias con mucho cariño. «Fueron años de mucho trabajo, pero vivimos felices», señalan.

Victorino tiene muy presente aún sus esfuerzos por mejorar la gestión de los montes y su protección. Entre otras muchas cosas, trabajó en la repoblación de 12.000 hectáreas y creó cortafuegos para frenar el avance de los incendios. También fue alcalde y recuerda las nevadas que dejaban las carreteras cortadas. «De aquella no había máquinas, caía una nevada y hasta que no llegaba el deshielo, no se podía pasar, era duro», apunta.

Mi padre nos hacía exámenes sobre los árboles y los animales, los conocía todos; le apasiona la naturaleza

María Luisa, que se ocupaba de la casa, daba alojamiento y comida a las visitas oficiales y también era la encargada de atender la emisora de los forestales y la estación meteorológica. «Tenía que anotar todos los datos, el agua, la dirección del tiempo, la temperatura... para enviarlos a Oviedo», explica.

Tuvieron dos hijos, Covadonga y Óscar, que pasaron sus primeros años en Ibias. «Mi padre nos hacía exámenes sobre los árboles y los animales, los conocía todos; le apasiona la naturaleza», asegura Covadonga, que entre sus recuerdos destaca levantarse a las cuatro de la madrugada para oír cantar al urogallo.

Por aquel entonces tardaban cinco horas en llegar a Oviedo y cuando sus hijos crecieron, decidieron mudarse. «Nos llevaba dos horas llegar a Cangas del Narcea y de ahí otras tres hasta Oviedo, siempre estuvimos preocupados por su futuro y tras un problema de salud, nos pareció  que era hora de marcharse», comentan,

Se asentaron entonces en Cangas del Narcea. Después recalaron en Nava y ahora residen en La Pola. «Lo mejor de todo es que fuimos siempre una familia muy unida», resaltan.

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