LA TEYERA DE FÍOS

Antonio Soto, el últimu molineru de Parres

 

 

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El último molinero de Parres

La historia de Asturias es también historia de molinos. En las orillas de los ríos de esta región hubo una próspera industria que molía el grano que se sembraba en la mayoría de las casas. Grano que era oro, sustento familiar, grano que adornaba los hórreos y, si era abundante, motivo de alegrías… Las piedras de aquellos molinos guardan relatos que, probablemente, nunca se conocerán, historias que mueren cayendo un poco todos los días, olvidadas entre maleza, condenadas a la pérdida… antropología no escrita… La mayor parte de aquellos molinos que tantas alegrías y servicios dieron están ahora abandonados, reconvertidos en casas, o solo queda de ellos una pequeña estructura de piedras en caminos sin señalizar. Pero aún hay piedras de aquellas que continúan en pie y, bajo los árboles que dan sombra a esas piedras, aún pueden oírse historias de otra Asturias, bien distinta a la de hoy.

El molín de la Teyera cuenta más de cuatrocientos años y es uno de esos templos molineros que no ha sido profanado. El último que queda en el concejo de Parres. Antonio Soto, de 91 años, es quien lo cuida.
Antonio nació un 9 de mayo de 1926 en Amieva y, tras la guerra, vino a parar a la Teyera. Su padre, José Soto, compró el molino, las fincas y la casa que les da nombre «a un paisano de Turón, por 115.000 pesetes». Antonio conserva, de cuando su padre compró la propiedad, una escritura fechada en 1833, rubricada con tinta y pluma.

Camina Antonio apoyado en un cayáu, y quejándose ligeramente de una rodilla. Presume de años y de memoria, y cuenta historias con nombres, datos y fechas de hace setenta años, como si hubieran sucedido ayer. Asegura que aquí es feliz, y que mientras tenga uso de razón y fuerzas continuará cuidando de su molino y del entorno que lo rodea y ocupándose de que siga moliendo todos los días. Es este un molín de rodezno, que muele el grano solo con  la fuerza del agua, por lo que en breve se verá obligado a «coger vacaciones», ya que el caudal mengua. Antes, eso no pasaba, y la fuerza de los ríos en el verano era suficiente para trabajar.

Hubo en Parres 68 molinos activos, y Antonio afirma que, «solo con agua del Ríu Chicu, molían por lo menos 12 en la zona».
La vida de Antonio quedó enraizada a este lugar el día que su padre adquirió el molín. En este mismo sitio, al poco de vivir aquí, en el camino que ahora es carretera, se encontró por primera vez con Luz, una chica  que bajaba desde Villanueva de Fios a Arriondas, a repartir leche montada en burru. Cuando pasaba por la Teyera, amarraba el burru y charlaba con Antonio, y así surgió el amor (y mil historias que quedan entre Antonio y yo) hasta que en 1950 se casaban. Cinco hijos después del casamiento, Antonio tuvo que marchar a Francia para ganarse la vida, ya que aquí «tenía ampolles en los pies de tantu buscar  trabaju». Emigró solo, y venía a ver a su familia cada tres meses. Hasta que por fin un día, cuatro años después, regresó para no marcharse más, y dedicó desde entonces su vida a trabajar en estas tierras y a moler el grano de los vecinos de Fios, Güexes, Calabrez, Collía, Cuadroveña, Sinariega, Tresmonte, Santianes, Pendás…, que todavía hoy siguen trayendo, porque en el portal de la Teyera se acumulan moliendas, en sacos de tela de esos que las abuelas hacen con los mandiles y manteles rotos, y que guardan harina de calidad.

Muele Antonio maíz, trigo, centeno y escanda, pero sólo «granu del buenu». Asegura que las piedras de su molín jamás han triturado mal maíz ni maíz para piensos, porque el poso de esa harina se quedaría ahí y contaminaría la buena molienda. Afirma orgulloso que sus muchos clientes saben esto, y por eso vienen desde lugares de fuera del concejo, hasta de algunos en los que sigue habiendo molinos activos. Clientes que siguen maquilando con Antonio, porque aquí, en la Teyera,  sigue funcionando el sistema de pago de la maquila, que consiste en que el molinero se queda con un porcentaje de la molienda, entre el 11 y el 13%, dependiendo de los kilos molidos, para luego venderla.
Antonio baja los martes a Arriondas a mercar y echar la Primitiva. Cuenta que todo el mundo le conoce, que le llaman molineru, y que pocas veces paga su café porque siempre alguien le invita antes.

Antonio es nonagenario y trabajador de un oficio ya casi extinguido, conservador de una arquitectura de más de cuatro siglos, ingeniero de una maquina hidráulica 100% ecológica, sabio que conserva en su memoria las claves para sobrevivir al hambre, digno de admiración, paisano de los de antes. Su molino, testigo de otras épocas, es un ingenio hidráulico, ya reliquia, que aun proporciona sustento y harina y que, discreto, escondido entre árboles a la orilla del Chicu, transporta al que lo visita como en un túnel del tiempo.
Mientras me alejo de este lugar pienso en el derecho que las generaciones futuras tendrán para reprocharnos el haber dejado perderse, como si no tuvieran importancia para nuestra memoria de pueblo, lugares como el mágico molín de la Teyera.

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Antonio en el molín de la Teyera, donde sigue moliendo «granu del buenu».

Un reportaje de Tamara Llamedo